El Salto (Santiago Canales)
Yayo Herrero (1965) es antropóloga, profesora universitaria en la UNED y miembro de Ecologistas en Acción. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre ecología y feminismo. El último, La vida en el centro. Voces y relatos ecofeministas, un libro escrito a seis manos junto a María Gonzalez Reyes y Marta Pascual en el que combinan los relatos y el ensayo para dar cuenta sobre lo que importa realmente, para señalar como prioridad absoluta la defensa de una vida digna. En esta entrevista reflexiona sobre la sostenibilidad de la vida, la articulación de una agenda para hacer frente a la crisis ecológica y social y el avance de la extrema derecha.
Una serie de artículos a raíz de la ley Decreto Dignidad del gobierno italiano ha reabierto un debate sobre la soberanía y la reivindicación del Estado-nación frente a la globalización capitalista. ¿En qué medida es suficiente con recuperar el poder del Estado para acometer transformaciones sociales profundas? ¿Cómo articular una respuesta frente al poder global?
Yo no creo que nadie haya planteado que sea suficiente recuperar el poder del Estado para acometer transformaciones profundas. Creo que lo que se planteaba es que desde la esfera del Estado-nación había posibilidades de recuperar dinámicas de autogobierno que en este momento están desapareciendo a pasos agigantados. Para mí, no hay una sola escala desde la que, suponiendo que se orientase a resolver los problemas de las personas más vulnerables, pudiesen resolverse todos los problemas. Tenemos una situación grave y compleja que requiere medidas transescalables. Hay asuntos que se pueden afrontar mejor desde lo municipal, otros desde el marco del Estado y otros son problemas supranacionales.
En cualquier caso, lo que sí tengo claro es que, teniendo en cuenta el cambio climático y el declive de energía, materiales, recursos pesqueros o biodiversidad, la esfera material de la economía decrecerá sí o sí. Por tanto, será preciso pensar, más pronto que tarde, en la relocalización de la economía. Somos dependientes en un 80% de la energía y los materiales de otras zonas ya casi agotadas del planeta. Por solidaridad y justicia con quienes viven en esos territorios, y por la propia seguridad y protección de las mayorías sociales también en nuestro país, es urgente pensar en cómo racionalizar el metabolismo económico, la producción y el consumo.
El artículo escrito por Anguita, Monereo e Illueca resultó muy polémico porque valoraba positivamente esas medida sin tener en cuenta el componente racista del gobierno italiano y el auge de la extrema derecha en Europa. ¿Debe la izquierda competir con estos movimientos y partidos por el concepto de lo nacional?
Anguita, Monereo e Illueca no escribieron uno sino varios artículos e hicieron diversas entrevistas en las que pudieron ampliar, matizar y enriquecer las argumentaciones al escuchar las criticas que se fueron produciendo. Yo no comparto completamente todos sus puntos de vista, pero creo que pusieron encima de la mesa un debate a todas luces necesario, ante el que otras personas han reaccionado aportando piezas a un puzzle complicado que, hoy por hoy, nadie sabe cómo terminar.
No creo que las izquierdas tenga que competir con los movimientos neofascistas por el concepto de lo nacional. Creo que las izquierdas deben situar como prioridad la emancipación de todas las personas subordinadas y subyugadas por un capitalismo que ya no es solo una forma de producción sino una antropología que ha decretado que el dinero y el crecimiento económico es sagrado y que todo debe sacrificarse —condiciones laborales, derechos sociales, libertad de expresión, territorios, vidas dignas, etc.— ante él. Ese sometimiento de todo lo vivo se da dentro y fuera de las fronteras nacionales. Para mí, sería terrible también una izquierda que defendiese formas de vida de la “clase obrera española” que solo puedan mantenerse arrasando, invadiendo, matando y violando otros territorios y otras vidas.
En esa batalla que hay que librar en diferentes escalas, ¿dónde queda el marco nacional?
Desde este punto de vista, el reconocimiento de nuestro territorio como el lugar del que tendremos que obtener lo necesario para vivir y en el que establecemos las relaciones sociales y construimos la vida en común es fundamental. El territorio en el que vivimos es el lugar en el que podemos hacer políticas que apunten a la justicia. Es en este territorio concreto en el que vamos a tener, por ejemplo, que adaptarnos de forma justa a un cambio climático que no se va a expresar como en Noruega o como en Canadá, sino con especificidades propias que tendremos que abordar. Es en este territorio concreto en el que tendremos que buscar soluciones cuando los oscilantes picos, aunque cada vez más frecuentes, de los precios de la energía se lleven por delante industrias y puestos de trabajo, sin que haya nuevas fuentes milagrosas que explotar y al poder económico le importe poco sacrificar las vidas y el bienestar de personas que considera sobrantes.
Tenemos un importante marrón, que el movimiento ecologista lleva planteando desde hace más de 40 años, y las soluciones no son fáciles ni desde luego se van a construir sobre la recuperación de un estado de bienestar con la lógica del que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial. Creo que recuperar la noción de ecodependencia e interdependencia puede ayudar en un sentido de pertenencia al territorio y a la comunidad que evite que las luchas entre pobres que tan bien le vienen a los populismos de ultraderecha.
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