Economía Crítica y Crítica de la Economía

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Las élites capitalistas españolas entre dos crisis

Autor: Albert Recio Andreu

Artículo publicado en el número 151 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, de FUHEM

El capitalismo es un sistema social. Una forma de organización social basada en unas instituciones clave. Pero no es un sujeto que piense y actúe. El funcionamiento de cualquier sociedad depende de las acciones de personas concretas, interactuando con el resto. En las sociedades de clase, la capacidad de acción de las personas está condicionada por las reglas de juego del conjunto y por su cuota específica de poder. En este tipo de sociedades hay grupos sociales que ocupan posiciones preeminentes, que tienen mayor capacidad de influir en la toma de decisiones, de convertir sus intereses en prioridades sociales, de acaparar una parte desproporcionada del producto social. En sociedades estamentales son fáciles de detectar porque están organizadas a partir de un orden donde las jerarquías y los roles están claramente definidos (las familias reales son un resto de este modelo que aún perdura en países como el nuestro). En las economías capitalistas las cosas son más complejas. La propia dinámica de un sistema económico en el que los mercados y la tecnología se transforman constantemente provoca que, al menos en apariencia, estas élites sean menos estables, más cambiantes en el tiempo. Pero, en todo caso, es perceptible que en cada fase de desarrollo, en cada periodo histórico existen sectores de capitalistas que representan los intereses hegemónicos del momento, que tratan de influir en las políticas bien directamente bien a través de apoyo a partidos políticos, medios de comunicación, centros de pensamiento, patrocinios… que sean útiles a sus intereses. Y es útil tratar de entender en cada momento cuales son los intereses dominantes, cuáles son sus estrategias y como tratan de influir en las dinámicas de desarrollo. Seguir leyendo…

Cuadrar el círculo (Cuaderno de augurios: 6)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Un programa es casi siempre una lista de buenas intenciones. Cualquiera que haya participado alguna vez en un proceso programático lo sabe. Cuanto más grande es la organización, cuanta más diversidad tiene, más probabilidades hay de que se engorde la lista de propuestas para que quepan todas las sensibilidades. Nunca se hace el ejercicio de evaluar la coherencia y la viabilidad financiera de los programas. Esto llevaría tiempo y abriría debates que posiblemente acabarían por poner en riesgo la unidad de acción necesaria para llevar a cabo la movilización que se persigue con el programa (campaña electoral, plan de trabajo, etc.). Si se analizan con lupa, los programas suelen estar llenos de incoherencias y definiciones ambiguas, y lo que ocurre en cada organización vale sin duda para la constitución de un proyecto de Gobierno de coalición, donde se deben conjugar culturas políticas diferentes y donde el tiempo apremia el cierre de un acuerdo.

Para los puristas de cualquier bando esta realidad es intolerable. El programa debería ser un acuerdo rígido, un compromiso inalterable y bien articulado que redujera la acción de gobierno a la aplicación estricta de lo que se ha acordado. Pero un mínimo de realismo muestra que un programa es casi siempre una elaboración en el vacío, ideológica, voluntarista. Y la realidad en la que se actúa —sea un partido en el Gobierno o cualquier organización que impulsa un movimiento— impone restricciones, obliga a adecuar propuestas, hace inevitables los rodeos. Más que a la aplicación estricta de un programa, a lo que debe aspirarse es a evitar las iniciativas que violen principios esenciales de una formación política, a explicar y analizar las razones que conducen a introducir cambios respecto del programa inicial, y a revisar el propio programa en función de las dificultades de su aplicación. Más que un contrato cerrado, un programa debe ser un proyecto sometido a una revisión y reflexión continuas, un mapa orientador, sobre todo cuando se trata de un programa que pretende intervenir en una realidad compleja y difícil de aprehender con sencillez. Entre las líneas rojas que no hay que cruzar y la acción práctica hay muchos niveles. La fidelidad a líneas éticas y principios esenciales es fundamental, y la adaptación del proyecto a la realidad, inevitable. Una buena organización es la que sabe mantener lo primero y reflexionar colectivamente sobre el resto. Seguir leyendo…

Tras el fracaso de la COP25: política y economía (Cuaderno de augurios: 5)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

La cumbre del clima celebrada en Madrid ha colmado las expectativas de los más realistas: ha acabado en fracaso, una muestra más de que ante una catástrofe anunciada predominan la inercia y la parálisis frente a la acción. En este sentido poco hay que discutir. Más cuestionable es, como han hecho bastantes comentaristas, considerar la falta de voluntad de los gobiernos como casi la única causa del fracaso. Se trata de una forma de entender la realidad, bastante habitual en los últimos tiempos, que presenta a los gobiernos y a los políticos como perversos y malvados y a la ciudadanía (o la sociedad civil) como un colectivo particularmente bondadoso y bienintencionado. Además de ser falso, ello conduce a errores estratégicos de bulto. Si el movimiento ecologista quiere tener éxito (algo por otra parte totalmente necesario para la supervivencia de la civilización humana), necesita huir de este tipo de interpretaciones y abordar en serio los problemas estructurales que subyacen a los continuos fracasos de los foros del clima (y de la mayoría de los que abordan alguna cuestión ecológica).

La mayoría de los gobiernos no son entes puramente autónomos. Están condicionados, cuando menos, por dos tipos de relaciones clave: por una parte, los intereses económicos dominantes, con los que a menudo mantienen relaciones estrechas, y, por otra, las opiniones del electorado, y en ambos terrenos hay problemas evidentes.

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De recesiones y monopolios (Cuaderno de augurios: 4)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

1. La economía española ante la recesión

Nadie está seguro de que estalle otra crisis a corto plazo, pero existe un temor generalizado a que en los próximos meses decaiga la actividad económica. Desde el Gobierno ya han tratado de tranquilizarnos: “Estamos mucho mejor que en 2008, la economía ahora es más sólida”. Nada sorprendente; los gobiernos siempre tratan de vender optimismo y tranquilidad. Hay en ello bastante de propaganda y, también, de voluntad de evitar que la propagación del pánico agrave los problemas.

He participado en el III Congreso de Economía y Trabajo de CCOO, un encuentro bianual bastante interesante con intervenciones sobre economía, negociación colectiva y sociedad (se pueden encontrar las ponencias en la web de la Fundación Primero de Mayo, www.1mayo.ccoo.es). En la apertura el secretario general de CCOO, Unai Sordo, en el curso de una brillante intervención sobre la situación laboral del país, introdujo el mismo tipo de reflexión: ahora tenemos una economía más sólida. Entonces mi memoria retrocedió en el tiempo y volví a situarme en 2008 —parece que la historia se repite—, cuando el Gobierno Zapatero se negaba a reconocer la crisis (y alardeaba de que la banca española ya había llevado a cabo las reformas necesarias para evitar un desastre financiero) y en alguna de las jornadas de sindicalistas en las que participé varios líderes sindicales argumentaban que la existencia de acuerdos y compromisos con los empresarios y las administraciones permitía abordar la crisis sin altos costes sociales. Por esto me asaltaron los recelos. Ante esta situación, lo básico es analizar los datos y ver en qué se sustentan los buenos augurios.

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Dos debates actuales: empleo y desigualdades territoriales (Cuaderno de augurios: 3)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

Este mes me ha salido una nota deslavazada, fruto de la variedad de espacios en los que me tengo que mover. En un momento convulso y donde el análisis frío es más necesario que nunca. Por esto voy a meterme en dos cuestiones dispares: el comentario de la última EPA y el debate sobre la dinámica territorial.

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¿Vamos a proponer algo ante una nueva recesión? (Cuaderno de augurios: 2)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Los indicadores que apuntan a una recesión siguen en aumento, y los comentarios de instituciones que alegan que es sólo una desaceleración alarman más que tranquilizan. El Brexit unilateral es una de las posibilidades de que las cosas vayan mal (lo de Thomas Cook puede haber sido un pequeño aperitivo), o puede que un Trump cercado por el impeachment trate de desviar la atención con una nueva medida que añada más incertidumbres. La economía capitalista mundial se mantiene en equilibrio sobre unos cimientos tan frágiles e inestables que cualquier movimiento inesperado puede provocar un desastre. Había un tiempo en que los expertos calmaban a la gente afirmando que “los fundamentos son sólidos”, pero tras la crisis de 2008 casi nadie es capaz de explicar cuáles son esos datos fundamentales que dan confianza.

Situémonos en el peor escenario, que la recesión estalla con fuerza, que se aceleran la destrucción de empleo, las quiebras empresariales y la sensación de caos. La pregunta para mí crucial es qué propuestas se van a plantear desde los espacios alternativos, qué batallas habrá que tratar de ganar.

Una respuesta clásica es acusar al capitalismo de provocar la crisis y exigir que la pague él. Es obvio que el capitalismo en general, y el capitalismo especulativo actual en particular, son los principales responsables del problema, pero señalar al culpable no significa buscar soluciones. Pensar que la denuncia llevará fácilmente a una revolución social está fuera de lugar. Las sociedades capitalistas actuales han configurado una estructura social tan compleja, un modelo civilizatorio tan consolidado, que a corto plazo la idea de un cambio radical sólo la mantienen algunas minorías. Y, por otra parte, tras los sucesivos fracasos de las experiencias anticapitalistas anteriores es dudoso que mucha gente se lance de inmediato a una transformación que le suscita miedos e incertidumbres enormes. Si queremos cambios profundos estamos obligados a plantearnos dos cosas: qué movimientos vamos a construir de inmediato y cómo pensamos que tendría que ser la sociedad futura (lo que supone aprender de los fracasos del pasado y analizar el potencial de cambio de lo existente en la actualidad). Como el segundo objetivo es muy complejo y el tiempo apremia, me limito a efectuar algunos comentarios sobre las respuestas a corto plazo.

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Economistas perplejos (Cuaderno de augurios: 1)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Mi última entrega antes de las vacaciones la dediqué a comentar el elevado grado de incertidumbre a la hora de pronosticar si estábamos a las puertas de una nueva recesión global. La economía capitalista contiene muchos elementos que la predisponen a las crisis, pero estas no se producen automáticamente. Ni tampoco ha tenido lugar hasta ahora el tipo de derrumbe que esperaban algunos de los principales teóricos marxistas de principios del siglo pasado. La economía capitalista ha seguido expandiéndose en medio de altibajos y profundas convulsiones, y hoy por hoy ha alcanzado un grado de hegemonía social mayor de lo que posiblemente tuvo en el pasado; en parte por méritos propios y en buena medida por deméritos de los que en algún momento trataron de desarrollar sistemas alternativos.

La economía capitalista está, sin embargo, lejos de representar una fórmula deseable de gestión de la actividad económica. No sólo por su inestabilidad intrínseca, sino sobre todo porque está lejos de garantizar niveles satisfactorios de vida al conjunto de la humanidad. Más bien resulta evidente que constituye el principal determinante de la crisis ambiental que asola a la sociedad y del aumento de las desigualdades que se ha producido en muchas partes del planeta. Su impacto es tan evidente que ambos temas, el de las desigualdades y el de la crisis ambiental, empiezan a aparecer en las agendas de los foros oficiales, aunque se trata casi siempre de una inclusión retórica, sin ninguna estrategia real de cambio.

Lo que resulta novedoso es la proliferación de malos augurios que domina el ambiente económico en los últimos meses, algo que se ha reforzado a lo largo del verano. Hay nerviosismo en las bolsas, en los gobiernos y en los organismos reguladores. A esta situación contribuyen diversos factores. Muchos de origen político, especialmente provocados por las intervenciones proteccionistas de Trump y la amenaza del Brexit. Otros generados por los indicadores económicos, que muestran una clara desaceleración de la actividad en Europa y Asia y la posible entrada en recesión de algunos países. Pero, con ser importantes estos aspectos, lo más relevante es el desconcierto de los gurús económicos. Un desconcierto que tiene que ver con lo ocurrido tras la crisis de 2007.

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¿Viene otra crisis? (Cuaderno de postcrisis: 19)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

En el verano del 2018, cuando abrí este cuaderno —es un hábito pueril, cada dos cursos trato de agrupar mis notas mensuales bajo un título común— me pareció adecuado un título que correspondiera a la visión dominante del momento sobre la coyuntura económica. Es una cuestión de nombres que tiene cierta relevancia. Para mucha gente de izquierdas seguimos instalados en la crisis porque persisten muchos de sus efectos: bajos salarios, desempleo alto, deterioro de los servicios sociales, problemas de vivienda… Pero el análisis convencional atiende sólo a las variaciones del PIB y a algunos indicadores básicos.

Por otra parte, aunque la crisis de 2008 significó un verdadero terremoto, muchos de sus peores efectos ya eran visibles en el período anterior de pretendido auge. El debate sobre la precariedad se gestó en la década de los ochenta, justo cuando se impusieron las políticas de flexibilidad laboral orientadas a erosionar los derechos laborales. Los problemas del desempleo, las deslocalizaciones, nos acompañan desde hace casi cinco décadas. Tampoco la externalización de servicios públicos y los recortes fueron un resultado automático de la crisis. Ya estaban presentes en las políticas introducidas, por ejemplo, por los conservadores británicos. Y en nuestro país éste ha sido un tema presente a lo largo de todo el período democrático. Incluso tendemos a pasar por alto —la memoria es débil— que los problemas de vivienda ya eran acuciantes cuando se construían edificios residenciales en cantidades ingentes (no por casualidad la PAH estuvo promovida por la misma gente que antes había creado “V de Vivienda” para protestar contra las dificultades de acceso de los jóvenes a una vivienda digna). Lo que hizo la crisis fue dar una oportunidad a las élites para imponer un nuevo ritmo a su programa neoliberal y agravar una tendencia estructural que venía de lejos. Por eso es compatible considerar que la crisis ha acabado y al mismo tiempo que sus efectos persisten en el tiempo.

En esto último también hay una importante cuestión de perspectiva teórica. Para muchos economistas la evolución de la economía es una mera oscilación en torno a un equilibrio (aunque éste sea dinámico e incorpore el crecimiento a largo plazo): tras una caída la economía recupera su situación anterior y todo vuelve a ser igual que antes. En esto reside el manido eslogan de que “hay que salir de la crisis”, equivalente a salir de un valle y recuperar cota en cualquier travesía. Es lo que yo llamo un pensamiento de “economía de pizarra”, porque en la pizarra todo se puede borrar y reescribir. Pero el mundo real no funciona así y después de una crisis profunda las cosas no son necesariamente iguales: la crisis ha contribuido a cambiar la estructura productiva, ha generado víctimas no siempre recuperables, ha afectado a las políticas económicas y sociales, ha recompuesto los equilibrios de poder entre grupos capitalistas y entre éstos y la sociedad. De ahí que la salida de la crisis nunca sea una vuelta al pasado, sino sólo la recuperación de la dinámica capitalista en un nuevo contexto. Seguir leyendo…

Los amigos de las desigualdades (Cuaderno de postcrisis: 18)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

El debate sobre las desigualdades se ha reanimado en los últimos años. Más o menos, mucha gente intuía que la pobreza y las desigualdades estaban creciendo, pero durante largo tiempo la cuestión había sido ignorada por las elites intelectuales. Pero, tanto las valiosas aportaciones de científicos como Richard Wilkinson y Kate Pickett, Branko Milanovic, Thomas Piketty, James K. Galbraith o Felipe Palma ―por destacar autores punteros―, como la creciente evidencia estadística, han obligado a reconocer la gravedad de la cuestión. Incluso instituciones tan conservadoras como la OCDE o el Banco Mundial han realizado estudios que toman cuenta de la situación y abogan por hacerle frente.

Sin embargo, reconocer un problema no es lo mismo que tratar de resolverlo. Es, en todo caso, sólo un primer paso, pues cuando un problema no se ve resulta claro que va quedar marginado (por eso el lobby petrolero ha tratado de forma deliberada de evitar que se reconozca el calentamiento global). Pero una vez reconocido, hace falta adoptar un plan de acción para hacerle frente. Todo plan de acción requiere un buen diagnóstico de las causas que provocan el problema y el diseño de un plan de medidas para hacerle frente. Ello no es siempre posible, como bien sabemos para el tratamiento de muchas enfermedades. Es más fácil detectarlas, acotar su diagnóstico, que explicar cómo se producen y encontrar un tratamiento eficaz. A menudo hace falta mucha investigación hasta llegar a entender los procesos y encontrar las respuestas adecuadas. Se requieren recursos humanos y materiales, se requiere partir de un enfoque teórico adecuado.

Y sabemos que el desarrollo científico y tecnológico está cuajado de sesgos, caminos equivocados. Unas veces porque las teorías disponibles no son adecuadas. Otras porque faltan los recursos, o porque las interferencias políticas o burocráticas bloquean el trabajo. El trabajo científico no es una actividad de individuos libres en busca de la verdad (aunque bastante de ello hay en la mejor ciencia). Es una actividad que se desarrolla en instituciones que tienen sus propias tradiciones, sus jerarquías, sus fuentes de financiación, su organización, y esas instituciones a veces interfieren y otras veces favorecen la obtención de unos determinados resultados. Y la conversión de conocimiento en respuesta práctica depende de otro complejo sistema de instituciones y personas que decidirán apoyar uno u otro desarrollo en función de sus propias lógicas, intereses, ideologías. En el caso de las empresas, el criterio de rentabilidad es crucial. En el caso de instituciones públicas, influyen otras cuestiones. Pero, en todo caso, el resultado final dependerá de esta conjunción entre producción científica, intereses públicos y privados, instituciones. Tomarlo en consideración nos ayuda a entender por qué se habla tanto de desigualdad y se hace tan poco para combatirla.

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Propuestas modestas sobre lo que debería hacerse en política económica (Cuadernos de incertidumbre: 18)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Ahora que sabemos que el peligro de un cuatrienio negro se ha disipado, es hora de pensar en qué cosas deberíamos exigir del nuevo gobierno, en qué líneas debería orientarse la política económica. Las ideas que incluyo se limitan a ampliar la respuesta que di a los redactores de Alternativas económicas cuando me pidieron cinco propuestas de actuación. Seguro que quedan muchas cosas fuera, pero espero que algunas sean útiles.

Es evidente que la economía española tiene un grave problema de sostenibilidad desde una triple visión económica: convencional, ecológica y social. En el primer aspecto sitúo los problemas de deuda externa y los de balanza de pagos (que reflejan los efectos macroeconómicos de la estructura productiva y el modelo de consumo, de la distribución de la renta). El segundo es obvio, y en el tercero se incluyen tanto el intolerable nivel de las desigualdades como los problemas de los servicios públicos. Y, por tanto, toda política seria debe tratar de abordar estos tres espacios.

Hay que ser conscientes de que las propuestas, y sobre todo las prácticas, no tienen lugar en el vacío; se desarrollan dentro de un contexto concreto. La economía española, como la de cualquier otro país, no es autónoma, sino que está condicionada por el contexto internacional en el que opera. Y es obvio que este contexto es altamente limitador en dos sentidos. En primer lugar, estamos inmersos en un marco institucional altamente condicionante: pertenencia a la zona euro y a la Unión Europea, elevado endeudamiento exterior que genera dependencia respecto al capital financiero, etc. En segundo lugar, estamos condicionados por la trayectoria pasada que ha configurado una determinada especialización productiva, que ha señalado una senda de desindustrialización, un marco institucional interno.

Ante estos condicionantes, podría optarse por dos alternativas que oscilan entre la ruptura radical o la acomodación a las condiciones. En el primer campo se sitúan los que plantean salirse del euro y/o declarar el impago de la deuda; los que plantean que las políticas neoliberales se pueden revertir por mero voluntarismo. Entiendo esta posición, pero soy escéptico sobre su cumplimiento. Entre otras cosas porque la ruptura (o la “revolución”) es mucho más fácil de propugnar que de llevar a la práctica. Y ello es así porque, en parte, el marco institucional imperante ha tejido un conjunto de normas e instituciones que dificultan estas rupturas (como ejemplifica el devenir del Brexit). También porque cualquier ruptura genera unos costes de transición que sólo pueden afrontarse si hay una base social dispuesta a llevarla a cabo hasta al final, y a sacrificarse en pos del cambio. No veo en nuestra sociedad este nivel de convicción en una masa crítica suficiente (como tampoco la ha habido para la independencia de Catalunya y como tampoco la hubo para que Grecia se saliera del euro). Por eso, mi planteamiento elude este problema y se centra en un nivel de acciones en las que sí hay autonomía y donde es posible aplicar políticas que se sitúen en los límites del marco condicionante (y que en cierta medida permitan superarlo). Seguir leyendo…

La tenue línea roja. De economía roja, verde y violeta (Cuaderno de postcrisis: 17)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

El feminismo y el ecologismo han emergido como movimientos con capacidad de movilización y discurso. Ambos contienen un importante componente igualitario, respecto a las desigualdades de género en un caso y respecto a las generaciones futuras en el otro. Ambos contienen importantes dosis de crítica al capitalismo real, a sus efectos; en un caso se denuncian desigualdades salariales, de jornada laboral total, de inadaptación de la vida laboral mercantil al resto de la experiencia vital, etc., y en el otro el impacto de la actividad económica convencional sobre el medio natural. Ambos plantean la necesidad de una importante reorganización de la vida social; aunque esto a menudo no está presente en las reivindicaciones más inmediatas, hay una conciencia creciente de la importancia, por una parte, de que se introduzcan cambios en la organización productiva que articulen de forma distinta la relación entre la vida mercantil y la no mercantil, y, por otra, de que se reorganice el modelo de producción y consumo hacia un marco sostenible. Ambos, al menos en sus versiones más elaboradas, contienen una dimensión universal, incluyen al conjunto de la población mundial, y en bastantes casos —más en el ecologismo— se es consciente de las desigualdades entre los estados y las sociedades que son parte esencial del problema. El crecimiento de la conciencia feminista y ecológica constituye por tanto un avance en la larga tradición igualitaria que ha conseguido alcanzar alguno de los logros más respetables de las sociedades humanas.

Lo llamativo de la coyuntura actual es que el ascenso del igualitarismo violeta y verde coincide en el tiempo con el declive del igualitarismo tradicional, sobre todo de su versión más elaborada, la tradición socialcomunista. Persiste el debate sobre las desigualdades; de hecho, se ha reavivado al calor de la crisis y de la aparición de numerosos estudios que muestran su crecimiento y su relevancia. Lo que no existe es un movimiento social potente, con discurso y propuestas, que plantee en serio una reordenación social. Hoy gran parte del debate sobre la pobreza está en manos de ONG que exigen medidas reformistas y denuncian su situación. Pero lo que ha desaparecido o menguado es un movimiento que base la reducción de la desigualdad en una reorganización social. Es más, las organizaciones sociales que más han encarnado estas demandas —los sindicatos— han dejado de ser reconocidas por muchos sectores al considerarlas organizaciones atadas al modelo dominante y, por tanto, incapacitadas para liderar la lucha contra la desigualdad. Seguir leyendo…

¿Milagro o espejismo? Cuaderno postcrisis: 16

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

En tiempos electorales las cifras económicas se convierten en elementos de propaganda, en uno u otro sentido. Y ya se sabe, la propaganda es enemiga del análisis. Pablo Casado, este “hooligan” de la derecha, ya ha lanzado la primera andanada recordando que su partido ha liderado una política que ha generado “dos milagros” económicos, refiriéndose a los periodos de crecimiento, el de 1995-2008 (aunque Aznar acabó su mandato en 2004) y el de 2014-2018. Pedro Sánchez no puede presumir tanto, debido a su breve mandato, aunque exhibe también las cifras de empleo que son, en términos muy generales, buenas.

No hay mucho que hablar del primer “milagro”. Los análisis de la crisis pusieron en evidencia que el modelo se había basado en el binomio construcción- turismo (y recalentado por los faraónicos planes de inversión en infraestructuras), alimentado por la enorme capacidad de endeudamiento que facilitaron los mercados internacionales de capitales. El final del milagro es conocido: una fuerte crisis de endeudamiento privado, un abrupto parón de la actividad constructiva, que arrastró a otros muchos sectores productivos, paro masivo, la crisis de las hipotecas y los desahucios, la crisis bancaria que dio lugar a un costoso salvamento público… Más que un milagro fue una ensoñación que acabó en pesadilla. Una pesadilla que millones de personas siguen soportando en diferentes formas de pobreza. El segundo “milagro” tiene bastante de espejismo si nos atenemos al análisis de la desigualdad. Pero para situarnos mejor conviene analizar más en detalle en qué ha consistido la última fase de crecimiento. Seguir leyendo…

Agencias neoliberales Cuaderno de postcrisis: 15

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

En una visión simplista, el neoliberalismo se ha entendido como un mero proceso de mercantilización de las relaciones humanas. Mucha gente ha acabado por confundir capitalismo con mercado y a pensar que el tema social central es la “desmercantilización”. Siempre me ha parecido errónea esta percepción. El capitalismo real no funciona solo con mercado, sino que requiere de un conjunto de instituciones públicas que generan el marco legal y real en el que opera la vida empresarial. (También porque una gran parte de la actividad empresarial no funciona mediante intercambios mercantiles sino que utiliza poderosos sistemas de planificicación y gestión central). Y el neoliberalismo no ha sido una mera desregulación y ampliación del espacio del mercado, sino fundamentalmente una adecuación de las instituciones a los requerimientos de las élites dominantes.

Alguna de estas instituciones juega además un doble papel. De una parte desarrolla el marco institucional que permite al capitalismo desarrollar sus actividades. De otra, tiene además un importante papel a la hora de crear opinión, puesto que suele contener en su seno servicios de estudio y análisis que no sólo elaboran informes sobre las actividades específicas de la agencia sino que emiten informes sobre muchos otros puntos de la actividad económica. Su papel de creadores de opinión suele además estar marcado por el hecho de que sus propios equipos técnicos han sido educados y socializados en una cultura económica, en una tradición intelectual específica, por lo que sus informes suelen responder siempre a una misma línea interpretativa. Son auténticos guardianes del orden vigente, puesto que en buena parte sus miembros se creen lo que dicen. Actúan de “motu propio”, puesto que su formación específica les hace responder en un sentido sin necesidad de recibir órdenes (otra cosa es que estas posiblemente existen), igual que un centinela no tiene que esperar la orden de un general para disparar.

Los Bancos centrales suelen ser el paradigma de lo que estoy contando. Casi siempre respetuosos, cuando no directamente coaligados, con los grandes grupos financieros. Incapaces de intervenir en todo el cúmulo de desregulaciones, de irregularidades que propiciaron la burbuja financiera que estalló en 2008. E igualmente poco habladores en el momento actual, cuando se  siguen manteniendo muchos de los mecanismos y riesgos financieros del pasado. Ni siquiera han dicho nada del nuevo sobre el tipo de corrupción bancaria que ha puesto de manifiesto el caso Villarejo por lo que atañe al BBVA. Y es que suele ser una constante que los desaguisados financieros y la corrupción empresarial solo se ponen en evidencia cuando el mal lleva años progresando. En cambio, esta misma institución, el Banco de España, ha vuelto a hablar profusa y reiteradamente cuando el Gobierno aplica alguna medida laboral, sea el aumento del salario mínimo, sea la promesa de revertir parte de la Reforma Laboral de 2012. En el caso del salario mínimo, su actuación es de nota, puesto que existe una amplia literatura económica que muestra que aumentos del salario mínimo como el actual no tienen impacto sobre el empleo (e incluso en algunos casos, el impacto es positivo). Seguir leyendo…

Postales de fin de año (Cuaderno de postcrisis: 14)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

De lo global…

Acaba el año con nuevas incertidumbres en las bolsas. Aunque las bolsas son el espacio financiero-especulativo por excelencia, lo cierto es que casi todas las grandes crisis se manifiestan en primer lugar allí. Es difícil saber hasta qué punto se trata de un terremoto local de corto alcance o del avance de un nuevo cataclismo. Los grandes centros de predicción piden calma, aseguran que “los fundamentales” (o sea sus modelos teóricos) solo indican un desaceleración del crecimiento. Pero si algo aprendimos de la crisis de 2008 es que estos modelos suelen ignorar elementos cruciales de la vida económica y fallaron estrepitosamente en la crisis anterior. Tampoco hay evidencia de que hayan sido sustancialmente cambiados en los últimos años. La mayoría de economistas que anunciaron el posible desastre y ofrecieron interpretaciones teóricas convincentes siguen en la periferia del mundo académico.

Y es que cambiar el sistema a fondo implicaba introducir transformaciones radicales en el sistema financiero. Y más bien se hizo lo contrario. Apuntalarlo con una política monetaria heterodoxa que dio a los grandes bancos dosis inmensas de liquidez que les permitieron tapar sus agujeros y evitar la quiebra. Una política que ha tenido diferentes efectos colaterales que ahora podrían volver a pasar factura. Como un crecimiento de la deuda global que, como explicó Steve Keen, durante un período puede provocar sensación de estabilidad, pero a largo plazo puede generar otra crisis de la deuda. Y si esta se produce podemos entrar en una situación insospechada, puesto que la expansión monetaria anterior se trata de una respuesta posiblemente irrepetible. (Buena cosa sería que todos los grupos de economistas alternativos se pusieran a pensar en ofrecer una propuesta para que fuerzas de izquierda y movimientos sociales tuvieran una respuesta más contundente y clara que la ocurrida en 2008). Con la deuda, además, han vuelto a crecer los activos especulativos seguramente sobre nuevas modalidades (aunque en el plano local ha renacido la emisión de cédulas hipotecarias, que fue uno de los instrumentos tóxicos que protagonizaron el anterior “crack”). Pero, al mismo tiempo que obtenían liquidez, los bancos han presenciado una caída del nivel de intereses de tal magnitud que afecta a su propia rentabilidad. Como ha recordado en un sugerente libro James K. Galbraith (El fin de la normalidad. La gran crisis y el futuro del crecimiento, Traficantes de Sueños, Madrid, 2018) los bancos actuales son inmensas estructuras con un elevado coste de mantenimiento, y la pérdida de márgenes afecta gravemente a su rentabilidad. Por ahí pueden apuntarse movimientos que una vez más desestabilicen al sistema.

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Mantras económicos y falsos atajos (Cuaderno postcrisis: 13)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

La mayoría de las personas tenemos un conocimiento limitado del mundo real. En parte porque nos faltan conocimientos técnicos para entender cuestiones especializadas. También porque la realidad es tan variopinta que es imposible abarcarla en su complejidad. Para orientarnos, tomar decisiones, necesitamos atajos, guías, orientaciones. Y para ello hacemos caso a expertos, asesores, lugares comunes que nos facilitan construir nuestra visión del mundo, adoptar decisiones con relativa facilidad.

Esto es inevitable, obedece al funcionamiento normal de nuestro cerebro, a nuestra necesidad de actuar cotidianamente. Pero ello abre grandes posibilidades para que demos por sentadas cosas irreales, para que nos cuelen pensamientos erróneos, para que en fin acabemos optando por soluciones inadecuadas o transitando hasta lugares sin salida.

En el capitalismo moderno, donde se ha desarrollado una enorme “industria de la comunicación”, donde el marketing es cada vez más sofisticado y donde las voces que representan a intereses de las élites circulan con mucha mayor profusión que los argumentos críticos, la venta de ese tipo de falacias está a la orden del día. Hay toda una legión de personas dedicadas a su producción. Algunas, manipuladores conscientes, muchas otras meros repetidores de “verdades” aprendidas acríticamente. Repetidores de mantras con los que se pretende adoctrinar al personal. A menudo sus primeros clientes son los propios políticos, siempre necesitados de mensajes simples, de respuestas cortas para llenar los valiosos minutos de presencia en campaña. Muchos líderes políticos acaban siendo, a su vez, los principales consumidores y emisores de esos lugares comunes. Y las campañas electorales, el momento de mayor uso de los mismos. Seguir leyendo…

Economía sin frenos: de inercias, lobbies y demandas pseudo-igualitarias (Cuaderno postcrisis: 12)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

De nuevo estamos inmersos en una dinámica que parece incontrolable. Cada día nos anuncian que estamos ante un cambio tecnológico imparable. Las finanzas vuelven a estar fuera de control (hasta el ortodoxo FMI da alguna señal de aviso al respecto). La especulación inmobiliaria a escala internacional azota a las grandes ciudades del mundo. Y, pese a los cada vez más alarmantes informes sobre el cambio climático, la dinámica depredadora no se detiene. En el plano local, la combinación de especulación con el suelo y la vivienda, el turismo de masas y las nuevas formas de distribución están remodelando el espacio urbano sin que nadie sea, por el momento, capaz de cambiar en serio sus lógicas depredadoras.

Estamos ante dinámicas económicas que conducen al desastre ecológico y social. Y que constituyen una parte del contexto sobre el que florecen respuestas reaccionarias que no harán más que realimentar los problemas. Sin duda hay que pensar en respuestas, pero primero hay que hacer el diagnóstico. Evidentemente, cada cuestión tiene sus especificidades y requiere ser analizada en concreto. Pero considero que, en todas ellas, y especialmente en la cuestión ambiental, actúan elementos comunes que me parece útil destacar.

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¿Vuelve el fin del trabajo? (Cuaderno postcrisis: 11)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

La vida de la población trabajadora está periódicamente amenazada por una pesadilla recurrente: la del fin del trabajo provocado por el cambio tecnológico. No es que la gente esté ansiosa por deslomarse trabajando, o por vivir a las órdenes de un superior. Es que temen que la contrapartida sea el paro, la falta de ingresos, la marginación social.

El debate sobre tecnología y empleo es antiguo. La economía capitalista se caracteriza entre otras cosas por un cambio técnico constante, por desempleo recurrente y desigualdades obscenas. Por lo que sabemos de la historia del paro, los peores momentos, las crisis, tienen menos que ver con la tecnología y más con la organización de la economía y la sociedad. Pero nos dicen que ahora es distinto, porque la digitalización va a permitir no solo sustituir millones de empleos rutinarios, sino que reducirán también empleos “cualificados” porque la inteligencia artificial y la capacidad de cálculo de las máquinas resultará mucho más eficaz. O sea, que el paro no sólo es un peligro para la clase obrera tradicional, sino también para las clases medias educadas.

Los que defienden esta posición suelen ser altos empresarios o técnicos cualificados (ingenieros, científicos) en la materia. Sus opiniones reflejan tanto su percepción de los hechos como sus deseos ocultos (lo que yo llamo sus “sueños húmedos”). Para un empresario, un mundo sin obreros sería ideal. La gestión de personal es siempre una de las tareas más pesadas de cualquier actividad en general. En la empresa, donde los intereses de empresarios y trabajadores están en conflicto ―abierto o latente― esta gestión es aún más ardua. Una empresa sin trabajadores, funcionando automáticamente y dejando al propietario una renta recurrente, es el ideal que todo rentista desearía. También para los altos tecnócratas las personas son un estorbo. Muchos tienden a pensar que son las chapuceras intervenciones humanas las que provocan fallos y problemas (sólo hay que ver que casi siempre que hay un desastre se alude al fallo humano, sin pensar que a lo mejor este estaba propiciado por la tecnología empleada). Eliminando empleados se reducen los problemas potenciales (Michel Piore, un importante economista laboral, lo descubrió en una investigación hace casi 50 años; los ingenieros entrevistados le comentaron que siempre que el coste fuera soportable, recomendaban la solución que incorporaba menos empleo). Hay un sesgo capitalista y un sesgo tecnocrático en la orientación del cambio tecnológico. No es casualidad que Frederick W. Taylor aunara en su persona el ser ingeniero profesional e hijo de empresario.

Pero esta introducción del cambio tecnológico no ha supuesto hasta ahora la eliminación del trabajo por muchas y variadas razones. En primer lugar, la eficacia de la tecnología nunca es completa ni se adapta por igual a todas las actividades humanas. En segundo lugar, porque las mejoras tecnológicas han ido asociadas a un aumento en la escala de la producción, a una diversificación de los bienes y servicio. Y, en tercer lugar, porque las luchas sociales han impuesto limitaciones al uso de la fuerza de trabajo y han conseguido que en bastantes casos el aumento de productividad se tradujera en una reducción de la jornada laboral. Este razonamiento se aplica habitualmente al empleo mercantil. El reconocimiento de la importancia del trabajo doméstico muestra además otras cuestiones interesantes. La primera es que años de cambio técnico no han generado un movimiento de reducción radical del tiempo de trabajo doméstico. La segunda es que algunas de las innovaciones en bienes de consumo, más que eliminar el trabajo doméstico, lo han transformado. Un estudio de hace veinte años de la jornada laboral de las amas de casa a tiempo completo mostró que su jornada global era parecida. Lo que había cambiado era su contenido. A principios del Siglo XX, la tarea principal era la producción doméstica de pan, algo que había casi desaparecido 80 años después. A finales del siglo pasado, lo que ocupaba más tiempo era conducir, pues estas mujeres se encargaban de transportar al resto de la familia y, dado el modelo urbano estadounidense, también debían conducir para hacer compras, acudir a centros médicos etc. Y, la tercera, que las propias necesidades familiares han cambiado con el tiempo (por ejemplo, los procesos ligados al envejecimiento reclaman una enorme cantidad de cuidados que generan “un segundo ciclo de actividad” posterior al generado por el cuidado de la infancia). En suma, la tecnología es sólo uno de los factores que influyen en la carga de trabajo, y sus efectos son a menudo ambiguos, pues al mismo tiempo reducen y aumentan la carga de trabajo. Por eso, en la revisión de estudios que ha realizado la Organización Internacional de Trabajo, la previsión de lo que ocurrirá en el futuro es incierta. Depende de muchas variables.

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A diez años del crac financiero (Cuaderno postcrisis: 10)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Hace diez años, el sistema financiero se tambaleó. Y con él, tembló el complejo entramado de la economía capitalista mundial. La crisis de los grandes bancos mundiales provocó una recesión sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial, y sus efectos se extendieron paulatinamente a muchos espacios del planeta. Lo que comenzó poniendo en evidencia las fragilidades, las irresponsabilidades y la criminalidad inherentes al modelo neoliberal, se acabó convirtiendo en un ajuste que ha debilitado las condiciones de vida de mucha gente, los derechos laborales y los servicios públicos en muchos países. Las élites capitalistas consiguieron externalizar gran parte de los costes del mal que ellos habían generado hacia el conjunto de la población, y tuvieron éxito en conseguir que las políticas económicas desarrolladas por los Estados y los organismos internacionales no supusieran un viraje profundo en la dinámica iniciada a mitad de la década de 1970.

Las crisis, los auges y recesiones, son inherentes a la historia del capitalismo. Que las crisis se manifiesten en primer lugar en la esfera financiera también es habitual. El sector financiero constituye el segmento más especulativo, inestable y volátil de la economía capitalista, y es allí donde se manifiestan con mayor intensidad las convulsiones sísmicas de la economía mercantil. Un sector financiero, por cierto, cuyo gigantismo se había desarrollado al calor de las políticas neoliberales, las potencialidades de las nuevas tecnologías de la información, y la globalización. Un sector que había propiciado, a la vez, una alarmante situación de endeudamiento global y un enorme potencial para el desarrollo de enriquecimiento rentista de las élites mundiales.  El endeudamiento era en parte un propio subproducto de la liberalización financiera. Pero era también el resultado de las contradicciones puestas en marcha por el modelo neoliberal: la necesidad de promover el crecimiento del consumo en un contexto de salarios congelados (o a la baja), la necesidad de mantener vivo el comercio internacional en un mundo con países con balanzas comerciales permanentemente deficitarias, la necesidad de mantener un sector público enfrentado a demandas crecientes y recortes de impuestos…

Y, pese a ello, la crisis cogió por sorpresa a los grandes líderes económicos. Y a la mayor parte de la “academia universitaria”, más atenta a desarrollar un análisis formalista que a analizar el funcionamiento del capitalismo real.  Un capitalismo que, más que confiar en la capacidad autorreguladora del mercado para salir de la crisis, optó por una intervención pública masiva para evitar el colapso. Bastó una quiebra bancaria —la salida normal en una sociedad de mercado— para forzar a los gobiernos a financiar masivamente al sistema financiero y evitar su quiebra sistémica. Confundir el capitalismo moderno con el mercado es un error. El capitalismo real es una compleja combinación de mercados, empresas (en muchos casos enormes organizaciones verticales que expanden su poder más allá de los límites formales de la propia empresa a través de complejas redes interempresariales) y un sector público imponente. Sin este tercer factor, la crisis de 2008 posiblemente hubiera sido un proceso mucho más caótico de lo que realmente ha resultado.

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Imperialismo defensivo: de populismos y migraciones (Cuaderno postcrisis: 9)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

La dinámica del capitalismo se ha basado en la expansión permanente. En términos espaciales y en términos de un creciente número de actividades  sujetas a la lógica de la rentabilidad privada.  Las sociedades capitalistas se desarrollaron dentro del proceso que el historiador Alfred Crosby llamó acertadamente de creación de “nuevas Europas”. Un proceso a través del cual Europa exportó personas, tecnologías, animales, vegetales y parásitos para tratar de reproducir en otras latitudes el mismo tipo de producción que existía en Europa. Crosby llamó acertadamente a este proceso “Imperialismo Ecológico” porque de lo que se trataba era de reproducir el hábitat productivo europeo.  Esta primera fase colonizadora incluye muchas de las características que podemos encontrar en las sucesivas fases del capitalismo:  papel crucial de la esfera pública que garantiza condiciones básicas del proceso (de la financiación de las primera exploraciones, a la construcción de infraestructuras y la garantía de los mecanismos coactivos básicos),  proyectos de enriquecimiento privado cobijados bajo esta intervención,  destrucción de las condiciones sociales y materiales que garantizaban la vida de los pueblos colonizados,  ignorancia de los impactos ambientales, recurso recurrente a la violencia tanto pública como privada. La historia posterior ha experimentado numerosas variaciones del proceso pero la tendencia a la expansión, a la reproducción de modelos productivos y sociales, no ha cesado. La globalización neoliberal del último periodo ha sido una nueva variante de un viejo proceso adaptado a las nuevas condiciones del mundo post-colonial y a las potencialidades que ofrecían las tecnologías del transporte y las comunicaciones.

Hay muchos aspectos comunes en estos procesos. En primer lugar, un olvido bastante persistente de las condiciones sociales y ambientales que sustentan la posibilidad de un proceso productivo reproducible. Esto es muy obvio en la economía extractiva de la minería (y de gran parte de la pesca) o en la destrucción de comunidades humanas generada por el esclavismo, pero su continuidad es evidente tanto en la relación que establece la economía capitalista con el mantenimiento de la vida (básicamente realizado en la esfera doméstica) como en la continuada ignorancia de los ciclos naturales y la proliferación de desastres ecológicos. En segundo lugar, la persistencia de una visión eurocéntrica, racista con respecto al resto de poblaciones con las que se interacciona. Sin este supremacismo moral hubiera sido más difícil autolegitimar  el esclavismo, la expulsión de las poblaciones indígenas, la servidumbre y la rapiña que caracterizan gran parte de nuestras relaciones con el Sur. En tercer lugar, la ya comentada colaboración público-privada, en la que el sector público garantizó los elementos de fuerza y las infraestructuras básicas de modo que empresas e individuos se limitaron a desarrollar sus “proyectos” privados dentro del contexto que los hacía viables. Y en cuarto lugar, una permanente transformación de la geografía productiva  del planeta, con tendencias a la concentración espacial de las actividades, la desertización de otros espacios, etc. Quizás la resultante más evidente es la imparable tendencia a la urbanización. Seguir leyendo…

Devaluación salarial (Cuaderno postcrisis: 8)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

El ajuste salarial es una de las recetas estrella de las políticas neoliberales anti-crisis. Las “reforman laborales” forman parte de los paquetes de “reformas estructurales” que se imponen a los países con problemas. Y uno de los efectos de estas reformas, aunque no el único, es el de provocar la reducción salarial (aunque sus objetivos son más ambiciosos, pues incluyen medidas para incrementar el sometimiento social de la clase obrera y cercenar la lucha sindical). Este fue claramente el objetivo de las reformas laborales de 2010 y 2012 en nuestro país.

El argumento intelectual que se utiliza para justificar la necesidad del ajuste salarial es el de la competitividad. Se supone que las economías que tienen problemas es porque su producción se debe a que sus costes les hacen perder capacidad de competir en el mercado mundial. El ajuste salarial, al reducir costes, permite rebajar el precio de los productos y mejorar la balanza comercial. El argumento es sencillo pero falaz por diversas razones. En primer lugar, no está claro que la competencia entre empresas y países sea esencialmente en términos de precios. Una buena parte de los intercambios internacionales se realizan entre productos de una elevada especialización. Y, en algunos casos, los precios no son tan importantes como otras cuestiones. Esto es lo que explica el éxito exportador alemán, no que sus productos sean más baratos sino que en bastantes casos no tienen competidores eficientes. En segundo lugar, no es evidente que una mera reducción de costes laborales vaya a tener un efecto importante sobre los precios finales de los bienes. En los productos industriales el peso de los costes salariales no suele superar el 30% del coste total. En este caso, una reducción sustancial del 10% de los salarios, de trasladarse a los precios representaría una reducción del precio de venta del 3%. Para tener efectos contundentes, la reducción de salarios debería ser de enormes proporciones (lo que puede tener efectos colaterales contraproducentes en aspectos como la productividad y la demanda interna). En tercer lugar, y este es un elemento crucial, no es evidente que las reducciones salariales se trasladen automáticamente a los precios (de la misma forma que no suele ocurrir que las reducciones del coste de materias primas como el petróleo se trasladen automáticamente al precio de los carburantes, o que la reducción del interés que pagan los bancos se traslade a los intereses que cobran por los créditos.). Cuando no hay traslado, la caída de costes salariales lo que hace es engordar los beneficios empresariales sin que necesariamente aumente su competitividad en términos de precios. Por ejemplo, no existe evidencia de que la caída sustancial de los salarios en la hostelería se haya traducido en un abaratamiento sustancial de hoteles y restaurantes. Y, en cuarto lugar, si los problemas son de precios el factor más importante no son los costes salariales, sino el tipo de cambio que se establece entre la moneda local y las demás. Si, por ejemplo, el Euro se revaloriza un 10% respecto al dólar, ello quiere decir que todos los productos del área euro se encarecen un 10% para los clientes externos y, al mismo tiempo, los productos provenientes del exterior de la zona euro se abaratan en la misma proporción. Es evidente que el tipo de cambio no influye en el comercio exterior con los países de la zona euro, pero sí con el resto. Y dentro de la zona euro, gran parte de los intercambios obedecen al tipo de especialización productiva de cada área y a las políticas de localización de las multinacionales. Si los salarios fueran tan decisivos, países como Grecia, Rumania o Bulgaria deberían estar atrayendo inversiones industriales masivas y ganando cuota de mercado.

El argumento de la competitividad es por tanto dudoso. Lo que es indudable es que el ajuste salarial lo que provoca es un aumento de los beneficios, un cambio en la distribución de la renta a favor del capital. Y, como han mostrado numerosos economistas críticos, empezando por Marx, este cambio en la distribución de la renta forma parte de la lógica de la acumulación de capital. Algo muy distinto al interés colectivo con el que el discurso económico dominante nos trata de confundir.

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Coyuntura y estructura. Rodeos en torno a la moción de censura

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Vivimos en tiempos tan convulsos que, cada pocos meses, surge una situación que hace pensar en la posibilidad de un cambio trascendental. De un cambio que pusiera fin, o al menos provocara un giro sustancial, a una realidad dominada por una economía corrupta, una precariedad social rampante, desigualdades insoportables y una imparable crisis ecológica. Las elecciones municipales del 2015, el ascenso electoral de Podemos (y la pérdida de la mayoría absoluta del PP) o el “referéndum” catalán de 2017 fueron vistos en su momento como situaciones en las que nuestra triste historia reciente podía cambiar. Una percepción especialmente extendida entre sectores de la izquierda alternativa en la que persiste una idea difusa de que algún tipo de “revolución” es posible. (Este es a mi entender el factor principal que explica el atractivo que para una parte de la izquierda tuvo, y aún tiene, el independentismo catalán, la creencia que una ruptura del Estado abriría insospechadas posibilidades de cambio). Pero el pasado reciente ha desmentido buena parte de estas esperanzas. La apuesta de Podemos por forzar un Gobierno de izquierdas acabó en una nueva victoria electoral del PP en junio de 2016. La “movida catalana” ha resultado catastrófica, mostrando por una parte la inanidad real del independentismo (para entenderlo son imprescindibles las crónicas del periodista Guillem Martínez en la revista digital Ctxt) y generando un proceso reactivo que, lejos de abrir puertas de oportunidad al cambio, está permitiendo un reforzamiento de la derecha española.

Pero a veces la realidad da nuevas oportunidades. Y la sentencia de la Gürtel ha propiciado una nueva coyuntura favorable al cambio. Un cambio modesto, improbable (cuando escribo estas líneas los pronósticos siguen siendo favorables a que el PP salvará los muebles en la moción de censura), insuficiente. Pero una situación que tiene al menos unas virtudes potenciales. Sin duda, el mayor beneficiario de la situación puede ser el PSOE. Un partido casi desahuciado por méritos propios y que ahora se ha encontrado con una situación que le permite retomar una iniciativa necesaria. Una coyuntura que además obligará a nacionalistas vascos y catalanes a “mojarse”, y que genera bastante incomodidad a Ciudadanos. En la premura de la situación actual la única opción sensata para una fuerza de cambio es votar sin más la moción de Pedro Sánchez y esperar acontecimientos.

Si la opción ganara, aunque ello significara que el PSOE volvería a hacerse con el Gobierno, se abrirían, al menos, varias posibilidades interesantes. La primera y más obvia, la expulsión de un Gobierno corrupto y la posibilidad de que el PP entrara en un proceso de descomposición. En segundo lugar, Ciudadanos quedaría algo descolocado y, aunque previsiblemente va ser el espacio de recomposición de la derecha, habría perdido la oportunidad de hacer creíble su cara regeneracionista. En tercer lugar, el PSOE quedaría más libre para adoptar una postura más flexible en los temas de nacionalidad (aunque es una cuestión complicada, pues estaría emparedado entre la tenaza del bloque Ciudadanos-PP, su propia ala españolista y las presiones del independentismo catalán). Y, en cuarto lugar, una actitud responsable de Unidos Podemos, en una coyuntura específica, puede resultar beneficiosa para recuperar parte de la credibilidad perdida. La derrota de la moción de censura, la opción que tiene mayor probabilidad, también puede abrir perspectivas interesantes. Sobre todo de clarificar más fácilmente el papel de Ciudadanos por un lado y del nacionalismo periférico por otro. Aunque es evidente que Ciudadanos es ya el nuevo proyecto de la derecha, al haber ampliado su espacio bajo una sola cuestión ha podido atraer a una parte del electorado de clase obrera (especialmente en Catalunya) aterrorizado ante una perspectiva de ruptura territorial. Por ello, cuanto más se posicione Ciudadanos a la derecha es más posible que se desvanezca una parte de su atractivo.

Unidos Podemos y las confluencias no tienen en esta coyuntura otra opción que apoyar la moción, aunque aprovechen para marcar perfil propio en cuestiones sociales, para así ganar credibilidad y porque la moción sitúa un escenario más abierto que el que hemos tenido en los últimos meses. Y también por una cuestión estratégica. Nos guste o no, la única posibilidad de cambios progresistas exige sumar fuerzas entre las izquierdas y los nacionalismos periféricos. Es una constante de la historia (al menos desde tiempos de la Segunda República) que puede no ser gustar, pero que parece inapelable. Y, por tanto, hay que explorar las situaciones en las que hay alguna posibilidad de generar procesos. Y esta es una coyuntura donde esto es posible. No es una ventana de oportunidad para un cambio profundo, es un simple resquicio para tratar de enderezar una dinámica que conduce al desastre.

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La amenaza de la deuda (Cuaderno de postcrisis: 7)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

El último informe del FMI vuelve a alertar sobre el crecimiento de la deuda. Se trata de una de las cuestiones recurrentes en el período neoliberal, a menudo utilizada como un elemento de crítica contra las políticas públicas y como justificación de los sucesivos planes de ajuste impulsados por el Consenso de Washington y la teoría del ajuste expansivo que ha dominado la política de la UE a partir de 2010.

El nivel de endeudamiento global, el 225% del PIB mundial, es superior al de la crisis. El FMI insiste en la solución tradicional, reducir los déficits públicos aprovechando los bajos tipos de interés. El problema es que una parte mayoritaria de la deuda es privada. Gran parte del crecimiento de la deuda a partir de la crisis se debió a que el sector público socializó parte de la deuda privada, especialmente la bancaria, y, a pesar de ello, la deuda privada sigue siendo superior en todas partes, también en España. A finales de 2017 el endeudamiento total del Estado español se situaba en el 235,4% del PIB, siendo del 98,1% el público y el 137,3% el privado.

Para las ideas económicas convencionales (y para buena parte del sentido “moral” colectivo) el endeudamiento es algo malo, una muestra de que uno gasta más de lo que ingresa, y por tanto es siempre el deudor el que debe pagar por su mala cabeza. Pero la situación es diferente si se analiza desde otra perspectiva.

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La pelea por la participación democrática en Barcelona y los límites de la democracia en el capitalismo

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

Las movilizaciones del 15-M están en la base del triunfo de la “nueva izquierda” en las elecciones municipales de 2015. Por nueva izquierda me refiero a las coaliciones que auparon al poder a Manuela Carmena, Ada Colau y el resto de alcaldes y alcaldesas municipalistas, hegemonizadas por el impulso de iniciativas y movimientos que partían de una visión diferente del de la izquierda tradicional (aunque ésta se sumó con bastante entusiasmo a estas coaliciones). Se trata de una izquierda que apela a cuestiones básicas como la igualdad, la democracia y el ecologismo sin ponerla en el contexto estructural en el que se ha situado la izquierda marxista. El 15-M fue ante todo una demanda de nuevas fórmulas de participación democrática, de promoción de nuevos modelos participativos basados más en el individuo que en la colectividad. Más en el yo que en el nosotros. Donde las redes de telecomunicaciones han sustituido a los viejos proyectos de democracia consejista por modelos de participación directa individual. Más acorde con la cultura individualista de los tiempos actuales, con el desprestigio de la experiencia soviética, con la ingenuidad con la que se abordó el nuevo cambio tecnológico. Y los nuevos Ayuntamientos surgidos del cambio se aprestaron a propiciar un modelo de gestión participativa, de promoción incluso de la coproducción de políticas.

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Cuatro comentarios sobre el debate de las pensiones (Cuaderno de postcrisis: 6)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

El debate sobre el futuro de las pensiones es un tema crucial para el futuro de la sociedad, uno de los campos de batalla donde se dirime nuestro modelo social. Y al que en años recientes tenemos que volver en una u otra ocasión. Esta nota es por tanto complementaria de la de Francesc Bayo que publicamos en este mismo número, y de otras anteriores en la que hemos abordado la cuestión. Simplemente trato de discutir cuatro cuestiones que considero claves para el debate y para construir un discurso alternativo a la vez sólido y realista. No entro en una de las cuestiones en la que han incidido los defensores del sistema público, el de que detrás de su demolición están los intereses del sector financiero, su voluntad de participar del pastel en base a desarrollar los planes de pensiones. Y no entro porque por una parte la cuestión es obvia y ya está bien explicada por mucha gente (Miren Echezarreta y la gente de Taifa ha publicado buenos trabajos en esta dirección). Pero, también, porque creo que más allá de este punto hay cuestiones cruciales que merecen por sí mismas atención y propuestas.

1. Pensiones y demografía

El elemento más usado por los defensores de aplicar un recorte fundamental al sistema de pensiones, el que ha justificado la reforma del PP, es la demografía. Tiene la ventaja, para sus defensores, que aparece como un problema “natural”, fácil de explicar y de asimilar por mucha gente. El argumento ha sido repetido hasta la saciedad: en los próximos años se va a jubilar mucha gente, quedará mucha menos gente en el mercado laboral y por tanto los empleados del futuro deberán soportar una carga insoportable para mantener a esta masa de gente ociosa que cada vez vive más años.

El argumento demográfico tiene su parte de verdad y su parte de falacia. La parte de verdad es que va a haber una masa creciente de jubilados que requerirá renta y atenciones. Y que plantea por sí misma dos retos: la necesidad de transferir renta para su sustento y, al mismo tiempo, fuerza de trabajo para garantizar buenos cuidados a una parte de esta misma población.

Lo que en cambio resulta falaz es que la base laboral quede disminuida por el simple efecto de las jubilaciones masivas y la llegada de cohortes poco numerosas al mercado laboral. Este escenario solo es posible en un mundo sin inmigración (o si el mismo proceso se diera a escala planetaria). Hasta ahora siempre, que se ha producido un estrechamiento del mercado laboral a escala local, regional o nacional ha tenido lugar una masiva inmigración, y no hay razones para pensar que ahora las cosas van a ser distintas. Pensar que ahora no se va a dar implicaría suponer, por ejemplo, que los hoteles cerrarán por falta de personal. Esto no quiere decir que la respuesta vaya a ser sencilla. Un proceso masivo de inmigración requiere cuando menos de tres políticas combinadas: educativo- laboral (para garantizar un buen reemplazo de las capacidades laborales), de políticas sociales en un sentido amplio (para acoger adecuadamente a la gente) y político- cultural (para evitar que el proceso dé lugar al rebrote de xenofobias y racismo).

Negar que hay un elemento demográfico que planea sobre el debate de las pensiones me parece estúpido. Denunciar su uso abusivo y falaz no puede llevarnos a “tirar el niño con el agua del baño”. Lo que hay que explicar a la gente es que una sociedad envejecida tiene un enorme potencial de atraer personal, y que cuanto mejor se organice este proceso migratorio mejor y de manera más justa se garantizará el buen funcionamiento social.

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Combinación letal: la nueva crisis de la vivienda (Cuaderno de postcrisis: 5)

Autor: Albert Recio Andreu

Mientras Tanto

I

El problema de la vivienda es estructural en el capitalismo, pero las disputas sobre el control del suelo son anteriores. Toda la historia del feudalismo está atravesada por conflictos sobre el control del suelo, de su producto. Y el nacimiento de la sociedad capitalista se caracterizó por una diversidad de confrontaciones sobre esta cuestión: el cercamiento de tierras comunales, el acortamiento de los periodos de arrendamiento, las desamortizaciones o la colonización, constituyen momentos clave en la acumulación de capital y en la generación de un proletariado urbano sin capacidad de auto-sostenerse. El conflicto de la vivienda es en gran medida una nueva versión de lo que antes acaeció fundamentalmente en el mundo rural: el control del espacio para satisfacer necesidades humanas básicas o como elemento de enriquecimiento. Y por eso la cuestión de la vivienda ha sido casi siempre un problema recurrente. Baste recordar las páginas que le dedica Engels para describir la situación de las viviendas del proletariado de Manchester a mitad del siglo XIX, o las que de Upton Sinclair sobre la clase obrera de Chicago a principios del siglo XX.

Los problemas de la vivienda han acechado de forma recurrente a las clases populares barcelonesas. El barraquismo formó parte del panorama de muchos barrios de la ciudad hasta 1989, año en que se derrocaron los dos últimos reductos. De la misma forma, la especulación fue uno de los ejes de la acumulación capitalista en la fase final del franquismo (fenómeno bien explicado en el libro colectivo “La Barcelona de Porcioles”). La otra cara de la moneda eran las interminables jornadas laborales que permitieron a la clase obrera de la época acceder a viviendas más que modestas. Tras la transición, las oleadas especulativas se han sucedido, sólo interrumpidas por la crisis “corta” —de 1991-1994— y la “larga” —de 2008 a 2015—. Y, en estas fases especulativas, el problema de la vivienda fue tan grave, especialmente en la fase final de la burbuja, que generaron respuestas locales a la evidencia del mobbing inmobiliario y el encarecimiento de la vivienda. Con la crisis llegó una versión más dramática del problema: los desahucios. Un fenómeno en sí mismo cambiante, pues al inicio afectaba a familias hipotecadas que habían dejado de pagar sus cuotas, mientras que posteriormente ha terminado afectando a personas que no pueden pagar el alquiler o a personas que han ocupado viviendas vacías ante la falta de oportunidades legales. Ahora entramos en una tercera fase, sin que las dos anteriores se hayan extinguido: la mera expulsión de personas por el fin del contrato de arrendamiento. Una nueva versión moderna, urbana, de una historia de desposesión que en el mundo rural tiene una larga trayectoria.

Que esto exige una respuesta social contundente es innegable. Que la misma se vaya a producir es más problemático. Aunque al menos bullen las iniciativas de respuesta; se multiplican las voces críticas en un amplio espectro, que abarca desde organizaciones cristianas con trayectoria en el tema de la vivienda hasta colectivos de barrio que luchan contra la gentrificación, pasando por sindicatos, asociaciones vecinales clásicas y, sin duda, con el impulso de las organizaciones que han nacido al calor de los nuevos conflictos (la PAH, la Plataforma contra la Pobreza Energética, el Sindicat de Llogaters…). Aún no está claro qué capacidad de respuesta colectiva tendrá todo este conglomerado. Las notas que siguen tratan simplemente de detectar los espacios del conflicto. Hay tres dinámicas básicas que explican la situación: las dinámicas de la especulación capitalista, la política de suelo y vivienda, y las condiciones de renta y trabajo.

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