Manu Robles-Arangiz Fundazioa
Una huelga puede propiciar momentos de catarsis, incluso de libertad. La huelga es un proceso vital y social a través del cual las personas, como trabajadoras, toman conciencia de su posición contrapuesta al capital. La huelga es un momento de desacuerdo y, por lo tanto, de ruptura. También es un acto creativo, de regeneración, porque las personas ven más allá de sus problemas individuales y expresan una posición común como trabajadoras. Así, el trabajo asalariado deja de ser emancipador y las trabajadoras, ahora no tan sumisas, quieren dejar constancia de su malestar. Se arriesgan y confrontan para vivir diferente. Establecen y refuerzan los lazos de solidaridad para mejorar sus condiciones de vida, y también para reapropiarse de una dignidad y respeto negadas. ¿Por qué, si no, iban a “invertir” las trabajadoras tantos esfuerzos en detener el proceso productivo? ¿Por qué, si no, iban a gritar tanto las trabajadoras de las residencias de Bizkaia resistir, persistir, insistir, pero nunca desistir por las calles del centro de Bilbao cuando sus superiores las observan amenazantes? ¡Qué ironía! ¿Verdad?
La explotación laboral y patriarcal no tienen límite ya que pueden ser demasiado sutiles, estar encubiertas bajo el dogma del “sentido común” y ser presentadas como relación natural, casi ancestral, o incluso como algo necesario para asegurar la competitividad de las empresas, el desarrollo personal y social o, peor aún, para contribuir con el crecimiento económico del país. ¿Y quién es ese país del que tanto hablan si nunca preguntan a la gran mayoría por su situación personal excepto en clave electoral? O, es que, acaso: ¿no somos nada más que ciudadanos que tenemos que pagar impuestos y votar por el partido que asegure más la confianza de los mercados?
El conflicto es más cruel todavía cuando mitad de la población está siendo infravalorada por el mero hecho de ser mujer y exigírsele una forma de comportamiento determinada; cuando las mujeres son tratadas como meros apéndices del hombre, y deben estar subordinadas a él, el único que brinda protección económica y moral, aquellos atributos que ellas no son capaces de asegurarse por sí mismas. Esta actitud tampoco deja de esconder un buen grado de cinismo porque, cuando el trabajo predominantemente realizado por mujeres es pesado y farragoso, como el de cuidados en las residencias de mayores o personas con algún tipo de discapacidad, la fuerza, resistencia y paciencia necesarias para tratar bien a esas personas no son reconocidas en absoluto. Por suerte, siempre hay personas que son críticas frente a ese discurso economicista y patriarcal, y son capaces de dar un paso adelante, valientes, sacando las innumerables injusticias a la luz, denunciando la pobreza de nuestras relaciones, y exigiendo cambiarlas. No eran trabajadoras, solo mujeres, es el libro con el que Onintza Irureta Azkune recoge una de las últimas huelgas que han conmovido la sociedad vasca, la de residencias de Bizkaia 2016-2017. Una huelga por la mejora de un convenio colectivo que duró 378 días, se dice pronto. La historia, hago un spoiler, tiene un final feliz, aunque este sea siempre incompleto y provisional.
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