jul 8, 2021 0
Menos carne, más vida
Mi infancia malagueña, como la de anteriores generaciones, correteó entre barcas de espetos, cuencos de ajoblanco, porras antequeranas, gazpachuelo y aceitunas aloreñas. Alimentos, todos ellos, que nacían del mar y de la huerta. Pero, en apenas 30 años, la alimentación en mi tierra ha sufrido un viraje creciente hacia el consumo intensivo de carne, dejando atrás una parte importante del patrimonio gastronómico local. De hecho, probablemente muchos de nuestros niños y niñas estén más familiarizados con los ‘nuggets’ de pollo de cualquier marca que con la ensalada de pimientos, o más habituados a la bollería industrial que al mollete con aceite.
Entender qué ha pasado y cómo hemos llegado hasta aquí es complejo. Parte de la responsabilidad reside en las intensas jornadas de trabajo, las cuales se ceban especialmente en los barrios más humildes, donde los índices de obesidad infantil duplican a los de los barrios ricos. Y aquí confluyen dos factores: la precariedad económica y la falta de tiempo libre para los cuidados o la preparación de comidas y cenas. Estas circunstancias obligan, en demasiadas ocasiones, a primar el precio frente a la calidad o la variedad, y dejan la puerta abierta, cada vez más, a los productos ‘fast food’ o a bandejas baratas de carne proveniente de macrogranjas, que llenan las tripas de forma rápida, saciante y económica. Por supuesto, la agresiva publicidad también contribuye a alimentar esta tendencia.
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