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Cada año, con la llegada del buen tiempo, las noticias de barcos hundidos en el Mediterráneo atestados de inmigrantes se suceden en una atroz escalada. Las razones que mueven a esas personas a arriesgar sus vidas son bien conocidas: pobreza extrema, hambrunas, guerras, etc. Poco se puede añadir a lo ya escrito en un sinfín de lugares, pero es posible enfocar el problema de manera complementaria. Es lo que me propongo hacer en este artículo, en el que analizo las migraciones desde los países pobres a los ricos bajo otro punto de vista: el relacionado con la escasez del consumo energético.
Puesto que en este artículo voy a hablar de energía, resulta imprescindible definir las unidades que voy a utilizar para contabilizarla. Aquí usaré únicamente dos, las que expresan la energía que contienen los alimentos (kcal) y las de las diversas fuentes de energía primaria no alimenticia, para las que emplearé el kilovatio por hora (kWh); ambas se relacionan mediante la equivalencia 1 kWh = 860 kcal.
El ser humano es un consumidor de energía de primer orden, esencialmente porque depende de ella para subsistir. Los alimentos contienen, en proporciones diversas, tres combustibles: hidratos de carbono, proteínas y grasas que al ingerirlos se oxidan en el organismo, liberando la energía necesaria para el mantenimiento de los procesos vitales. Una dieta normal requiere un aporte diario de estos nutrientes, además de vitaminas, minerales y agua, que estrictamente hablando no son combustibles. El consumo energético que una persona debe realizar cada día para sobrevivir consta de dos partes: el de subsistencia o basal (alrededor de una kcal por cada hora y kg. de peso) y el debido al esfuerzo físico y/o mental, más difícil de cuantificar, pero que puede cifrarse en 150 kcal/hora para una actividad mental y 600 kcal/hora para una actividad física intensa (un deportista, un minero,…)
Dependiendo del tipo e intensidad de la actividad realizada, las necesidades energéticas de los seres humanos oscilan por término medio entre las 2.000 y las 3.000 kcal/día. Expresadas esas cantidades de energía en unidades de kWh mediante la equivalencia indicada anteriormente, una persona debe consumir a diario entre 2.000/860 = 2,3 kWh y 3.000/860 = 3,5 kWh. Debe entenderse que esta equivalencia es meramente comparativa. Evidentemente nadie “come” kWh, pero es muy recomendable destacar esa equivalencia para la discusión que sigue en los próximos párrafos.
En la gráfica siguiente se muestran, en el eje vertical, el consumo diario de energía primaria no alimenticia per cápita para los 90 países más poblados de la tierra, lo que representa aproximadamente la mitad de los estados existentes y el 90% de la población total. Los datos se expresan en kWh. En el eje horizontal se muestra el PIB per cápita de los mismos países, expresado en dólares. Ambos conjuntos de datos son valores “promedio” y hay que tener mucho cuidado con los “promedios” pues mediante ellos se uniformizan casuísticas muy diversas. No obstante, no disponemos de otra herramienta mejor para analizar datos de la magnitud de los expuestos en la figura:

Fuentes: International Energy Statistics para el consumo energético (2011) y Fondo Monetario Internacional para el PIB (2013). Las escalas de ambos ejes son logarítmicas. La línea roja indica un consumo energético de 3.5 kWh al día.
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