feb 8, 2013
Grafología de la W
Gráfico de la evolución del Producto Interior Bruto de la economía española
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas
Probablemente nadie lo recuerde a estas alturas, pero hace solamente un año las estadísticas del INE mostraban que la economía española había crecido un 0,7% durante 2011. La semana pasada, sin embargo, el mismo INE anunciaba que se había producido una caída del PIB de esa misma proporción en apenas tres meses, los últimos del año pasado, acumulándose una contracción de la economía del 1,4% en el conjunto de 2012. Aunque habitualmente los gráficos que elaboramos los economistas son de una ininteligibilidad insoportable, el que resume la evolución de la economía española desde que comenzó la crisis es muy descriptivo: muestra cómo la contracción del PIB, que había comenzado a finales de 2008, tocó fondo a mediados de 2009, produciéndose una recuperación de la actividad económica desde el último trimestre de 2010, que se vio, sorprendentemente, truncada un año después.
Es decir, que a pesar de que nuestra economía estaba empezando a salir a flote, una nueva recaída la hizo volver a transitar el camino hacia el abismo en el que ahora mismo nos encontramos, alejando sine die la posibilidad de una salida de la crisis. A pesar de esta evidencia, el gobierno del PP sigue queriendo hacernos creer que las medidas que nos han traído hasta aquí no sólo son las que nos sacarán de la crisis, sino que eran las únicas que era posible tomar. Nada más lejos de la realidad, esa forma de W que está tomando el gráfico está dibujada con el mismo tipo de letra que la de los “papeles de Bárcenas“: la letra de un gobierno (presuntamente) corrompido hasta sus mismas entrañas que tenía clarísima su misión al llegar al poder: poner en marcha las más brutales políticas de ajuste de nuestra historia para apuntalar la posición privilegiada de aquéllos a los que dichas políticas favorecen. Nunca estuvo tan claro lo que la crisis, en realidad, significa.
En efecto. No es posible dejar de resaltar la coincidencia entre esa recaída del PIB a partir del cuarto trimestre de 2011 y la llegada al gobierno del Partido Popular después de las elecciones del 20 de noviembre de ese mismo año. Es muy probable que, dado el claro compromiso que el gobierno del PSOE había mostrado anteriormente con las políticas de ajuste (no en vano, fue aquél el que las inició), la evolución seguida por la economía hubiese sido hasta cierto punto similar de haber continuado los socialistas en el poder. Sin embargo, por mucho que el actual gobierno trate de escudarse en ello, lo ocurrido en la economía española durante el último año tiene muy poco que ver con la herencia recibida.
La única herencia a la que se puede hacer mención es a la de esas medidas que habían comenzado a tomarse anteriormente, medidas que el gobierno de Mariano Rajoy no ha hecho sino profundizar de una manera que se queda corto adjetivar de despiadada, además de absolutamente inútil para los objetivos que supuestamente persigue. Los recortes del gasto público y las subidas regresivas de impuestos no están impidiendo que la deuda pública se siga incrementando. Del mismo modo, lo único que está logrando la reforma laboral es que la tasa de paro esté creciendo hasta un nivel no visto anteriormente. No sólo eso, sino que la depresión de la demanda interna generada por ambas medidas es la que explica la actual depresión del PIB.
Frente a ellas existía la alternativa de la puesta en marcha de políticas de estímulo. Aunque para que hubiesen ayudado de verdad a la salida de la crisis tendrían que haberse orientado tanto a la transformación de la especialización productiva de nuestra economía, como a la toma de control público sobre ella, dichas políticas hubiesen permitido consolidar la senda de crecimiento comenzada en 2010, reduciendo así el impacto negativo de la crisis sobre el empleo. Nos equivocaríamos si pensásemos que esta opción no se eligió por algún tipo de miopía de los economistas neoliberales que asesoran y/o legitiman al gobierno. Por el contrario, no tenemos que dudar ni un momento de que conocen perfectamente las lecciones de la crisis de 1929.
Igualmente, es imposible pensar que el presidente del gobierno y los ministros que le acompañan no sabían perfectamente cuál iba a ser el resultado de las políticas que estaban poniendo en marcha. No en vano, basándose en un claro cálculo político, se están apresurando a tomarlas al inicio de su mandato. Confian en que, a pesar de su claro efecto destructivo, la recuperación de la economía mundial se producirá antes del final del mismo, permitiéndoles argumentar (aunque, como ya hemos dicho, nada se encontraría más lejos de la realidad) que son las dolorosas medidas tomadas por ellos las que habrán hecho resurgir a España de sus cenizas.
Por el contrario, la forma a dar a la gráfica del PIB, de “V”, como estaba siguiendo hasta esa fecha, o de “W”, como se promete ahora que seguirá, era una decisión política. Y, sin caer en ninguna teoría conspirativa, es posible afirmar que la decisión tomada por el gobierno del PP, siguiendo la estrategia promovida por los grupos de interés, o mejor dicho, la clase social a la que dicho gobierno representa (y de la que forma parte), fue la de postergar conscientemente la recuperación económica. El objetivo: ahondar en la ya referida destrucción de empleo y, por medio de ella, en la desigualdad de la distribución de la renta para así apuntalar la posición de la oligarquía empresarial en nuestro país.
Ese es el sentido real de las políticas de ajuste, que, aunque son absolutamente irracionales en términos económicos, tienen una lógica política indudable. De hecho, no hay otra manera racional de explicarlas que atendiendo al vínculo existente entre dicha desigualdad, la concentración del poder económico y el control de éste sobre el sistema político. En efecto, la primera es el pilar sobre el que, en nuestra sociedad, se desarrollan el desigual reparto de la riqueza y el control privado tanto del aparato productivo, como de los medios de comunicación. Y estos instrumentos son utilizados por la citada oligarquía para lograr imponer a nuestros supuestos representantes las políticas que aseguran la ampliación de esa desigualdad y, de este modo, de su mismo poder.
Lejos de tratarse de una relación abstracta, un vistazo al listado de donantes que aparecen en los papeles de Bárcenas (y al de las contraprestaciones obtenidas por sus donaciones), o un repaso al destino seguido por la clase política de nuestro país después de prestar sus servicios, demuestra que el vínculo existente entre ese poder económico, cuyo origen es la concentración de la riqueza de nuestro país, y el poder político es claro. Por ello, el precio que estamos pagando por las políticas que el primero ha logrado que el segundo imponga desde el inicio de la crisis, no es sólo el del empeoramiento de nuestras condiciones de vida, sino también el de la aún mayor degradación de nuestro sistema político. Lo que está ocurriendo estos últimos días podría hacer que el cálculo que hay detrás del gráfico de la evolución del PIB estallase en mil pedazos. Sin embargo, que sea así depende, en último término, de nosotros. ¿Permitiremos de nuevo que todo cambie para que no cambie nada?
Me gusta la claridad del artículo. La tesis central: siempre maquillan las cifras de la crisis y postergan su secuencia. Por eso tienen que volver a bajar la V para que tome forma de W; de otra manera las cuentas se descuadran aún más. Y si revisaran la definición del PIB, la gráfica sería aún más dramática.