Economía Crítica y Crítica de la Economía

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Incertidumbre, precariedad y respuestas desde la juventud

Autor: Lucia Vicent Valverde

Categoría: Trabajo

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Precarity and Youth

A raíz de una serie de cuestiones en torno a la precariedad y la incertidumbre que marcan la realidad actual de nuestra juventud, las cuales fueron tratadas tanto en el último boletín ECOS de FUHEM Ecosocial como en el programa Re-acciona de Radio Guadalquivir del pasado 13 de junio, surgen las siguientes líneas con el fin de esclarecer algunas reflexiones sobre esta temática. La pretensión no es otra que la de remarcar aquellas aportaciones que apuntaron los elementos definitorios de la precariedad vital, entendida esta como un corsé que impide el pleno ejercicio de la condición de ciudadano, y resaltar aquellos aspectos fundamentales que marcan la excepcionalidad de la situación de la juventud de hoy en un contexto de crisis económica que afecta al país y al conjunto del área comunitaria que conforma la UE.

Ser joven en la sociedad actual

Cuando hablamos de la condición de las y los jóvenes no está del todo claro a qué segmento poblacional nos estamos refiriendo. La juventud no es una categoría objetiva y estática, sino que puede ser modulada por las condiciones históricas y socioeconómicas en las que se desenvuelve. Más allá del alargamiento del periodo de edad que fija la condición de joven, es decir la delimitación que recogen las estadísticas y que en la actualidad incluye a personas menores de 25 o de 30 años, observamos que ocurre lo mismo con las circunstancias que en el pasado definían tal consideración (por ejemplo la falta de empleo estable o de vivienda fija).

A pesar de la multitud de adjetivos que encontraríamos para explicar qué implica ser joven, podemos destacar tres palabras o rasgos que definen tal condición con cierta generalidad y están presentes en la mayoría de los casos. Nos referimos a: la precariedad, la inestabilidad y la incertidumbre. Una precariedad laboral extensible a otros ámbitos que marca las experiencias vitales de las personas que la sufren; una inestabilidad que se conjuga con una creciente falta de oportunidades y que impide planificar más allá del corto plazo; y todo ello, que revierte en un día a día marcado por la incertidumbre, por el no saber qué pasará el mes que viene (si tendrás trabajo, si podrás pagar el alquiler o si volverás a casa de tus padres). Se trata de un fenómeno cada vez más habitual que no sólo aparece en el caso español, sino que traspasa nuestras fronteras, y se extiende a otros intervalos de edad.

La problemática que engloba los aspectos señalados –precariedad, inestabilidad e incertidumbre–  cobra una mayor urgencia cuando vemos que transcurre el tiempo (terminamos la carrera o el máster que nos garantizaría un empleo digno, el periodo como becario, etc.) y seguimos igual. Superas la treintena y continúas en un estado intermitente entre el desempleo, la precariedad o el exilio laboral preguntándote cuándo llegará tu oportunidad, como llegó la de tus padres.

La precariedad laboral, ¿afecta a todas y todos por igual?

No siempre es fácil detectar a quién afecta la precariedad laboral. El motivo principal es la dificultad que entraña entender bien a qué nos referimos cuando hablamos de ella, poder desvelar todas sus caras y detectar las personas que la padecen.

En relación a lo primero, cabe precisar que cuando hablamos de empleo precario nos estamos refiriendo a aquel que se realiza de forma gratuita, a los trabajos informales, contratos inestables, tiempos flexibles, espacios cambiantes, riesgos para la salud, con insuficientes o inexistentes prestaciones sociales, empleos imposibles de conciliar con de los tiempos de cuidado, con dificultades para sindicarse y un largo etc. Este tipo de precariedad, que apunta al mercado de trabajo y que se conoce como precariedad laboral, no es solo una losa que pesa a la población de edad temprana, sino que se extiende a toda la condición de asalariados, jóvenes y adultos, y se confirma como una situación que cada vez es menos transitoria.

Respecto a lo segundo, son miles los ejemplos en los que se manifiesta el trabajo precario en nuestra sociedad, tanto de tipo legal como ilegal: horas extras que no se pagan, médicos en paro que hacen guardias en cinco hospitales, profesores contratados por días, camareros con contratos a media jornada que trabajan 12 horas, becarios sin cobrar durante años, empleos a comisión sin sueldo y hasta empresas que cobran a los que buscan trabajo.

Por último, es preciso aclarar que no todas las personas somos iguales ante la precariedad y que la peor parte se la llevan los grupos sociales más vulnerables, como son los inmigrantes, las mujeres y los jóvenes. El modelo económico actual y el mercado de trabajo que reproduce propician desigualdades crecientes entre los diferentes grupos de edad: en la juventud se dan las mayores tasas de paro y de empleo precario o atípico, así como unos salarios relativamente menores respecto a los de aquellas personas adultas del mismo sector o nivel de formación.

A pesar de que hablemos de juventud, sería más conveniente utilizar el término juventudes ya que, a pesar de que la mayoría están enquistados en una realidad socioeconómica dramática, no son todos. Hay jóvenes que pueden permitirse, o mejor dicho sus familias pueden costearles, los estudios, la titulación o un máster privado con enlaces prácticamente directos al mundo de la gran empresa. Aunque son los menos, no debemos olvidar que conviven con esa otra visión, la de aquellos que no tienen capital relacional familiar y que pasan a ser parte del sector más débil y sumergido de la sociedad. La condición socioeconómica de la familia influye y mucho, más en estos días. Y en este sentido el recorte de las políticas sociales, el encarecimiento de la educación pública y, en general, las medidas aplicadas en este esfuerzo “austericida” por recortar el gasto público no han hecho más que incrementar la distancia entre los distintos grupos de jóvenes.[1]

El traslado de la precariedad a la experiencia vital de la juventud

La precariedad rompe con los patrones vitales tradicionales al reducir las oportunidades con las que contaron nuestros antecesores. No hace tanto, en la generación de nuestros padres, la incorporaron a la vida laboral tenía asociadas amplias expectativas de permanencia en la misma empresa, oficio o sector, es decir, contaban con cierto umbral de seguridad que les brindaba la oportunidad de poder planificar opciones de vida a medio y largo plazo. Esta continuidad en el empleo era una condición indispensable para tener garantizados una serie de derechos –como es el acceso a una pensión, prestaciones por desempleo, etc. – que hoy no se avalan con un puesto de trabajo.

No debemos olvidar un aspecto aún más grave que agudiza la situación: el atrapamiento en la precariedad. Este fenómeno se extiende y se amplifica provocando que los efectos sean cada vez más pronunciados y alejando a una generación más amplia de jóvenes de unos niveles de bienestar suficiente. Las tensiones entre la dinámica del sistema y la vida de las personas están llegando a su límite. Está tendencia a la baja de las garantías con las que se contaba no hace tanto tiempo se traslada a otros ámbitos y condiciona nuestras vidas al limitar las oportunidades de emancipación, las posibilidades de reproducción social o la independencia económica.

Causas de un recorte de oportunidades no anunciado

La precariedad responde a un conjunto de causalidades que se combinan e interactúan en un proceso complejo. Aunque la tendencia general es hacia su intensificación y extensión, somos conscientes de que el nivel varía entre grupos sociales y territoriales.

Desde finales de los años 70 nos encontramos en un sistema capitalista que se sustenta cada vez en una acumulación flexible. Esto implica que, frente a la rapidez con la que se producen los cambios en nuestro entorno, se requieran respuestas más rápidas que implican una mejor adaptabilidad de la fuerza de trabajo. Lo anterior genera toda una serie de costes –monetarios y sociales–, que no son asumidos por las empresas y, que por el contrario, repercuten únicamente en la clase trabajadora a través de una degradación de las condiciones y los derechos asociados al empleo. En contra de lo que pudiera esperarse, no en todos los casos ocurre esto. Los puestos directivos y de alto rango han quedado al margen del proceso; en su caso, las atribuciones al cargo han estado blindadas o al alza pero en ningún caso se han visto mermadas.

Este modelo de acumulación ha demostrado la incapacidad de emplear a las nuevas generaciones de jóvenes altamente formadas al retrasar la entrada al mercado (si llega a producirse) y al desligar la ocupación o el puesto con la formación adquirida y los estudios realizados por las y los trabajadores. Toda esta serie de cambios que, junto a otros muchos, han sido posibles gracias a una ideología hegemónica y dominante conocida como neoliberalismo que establece la agenda política, con mayor o menor intensidad según el país a considerar pero presente en todos ellos. Con la actual crisis, el proceso se acentúa. La mala gestión que favorece a los intereses de los poderosos y de las élites políticas y económicas, y que vulnera los de la mayoría social, aumenta las desigualdades y degrada el trabajo con una velocidad asombrosa.

Como era previsible, no nos avisaron de lo que ocurriría, de que creceríamos pensando en un porvenir más fácil, mejor al de nuestros padres y lleno de oportunidades de salir adelante mientras se configuraba un escenario muy distinto, en el que no había sitio para la juventud, y donde las oportunidades de vivir como nuestros predecesores se guillotinaban para la amplia mayoría. Si hubiéramos estado al tanto, lo más probable hubiera sido que tomásemos medidas para que no ocurriera y, quizás, se habría podido evitar. Pero en el sistema capitalista no todos somos perdedores, existen ganadores que se apropian de los beneficios obtenidos a través de la precarización del trabajo. Además, estos grupos de poder en concreto no están aún satisfechos con las ganancias y siguen apostando por aumentar la flexibilidad, el poder del mercado y las reformas que quitan las salvaguardias asociadas al empleo.

Políticas que dicen frenar la precariedad y el exilio laboral

Dos son los ámbitos en los que se suceden las políticas y las recomendaciones en material laboral que cuentan con mayor influencia en España desde que esta comenzó a formar parte del espacio comunitario europeo (1986). De modo que surge la necesidad de diferenciar las medidas propuestas en ambos planos de análisis –nacional y supranacional– para poder analizar la gestión institucional de los nuevos retos que encontramos en el mercado de trabajo.

Desde el ámbito europeo, que viene marcado por la UE, los esfuerzos comenzaron en el año 2011 y se centraron en la revisión de las políticas nacionales y sus resultados, en la recomendación de líneas de actuación y en cierto apoyo financiero para acciones nacionales y transfronterizas. En un primer momento se orientaron hacia los jóvenes que ni estudian ni trabajan (ninis o neet en inglés[2]) a través de la Iniciativa de Oportunidad para la Juventud. Poco después, se amplían las medidas hacia el “empleo joven” en general a través de la Garantía para la Juventud (GpJ) y la Iniciativa para el Empleo Joven (IEJ), ambas aprobadas por el Consejo Europeo en junio de 2013[3]. En el caso español, la primera de ellas se implementó a través de la Estrategia de Emprendimiento y Empleo Joven (EEEJ) en marzo de 2013 y se basó en medidas de apoyo al emprendedor y de estímulo del crecimiento y creación de empleo. En su conjunto se han demostrado insuficientes al ser insignificante lo que han conseguido en materia de empleabilidad en el contexto europeo, no a mucha distancia de la incapacidad mostrada por las desarrolladas por los propios de los gobiernos. [4]

En nuestro caso, las medidas nacionales aplicadas por el gobierno del Partido Popular han consistido principalmente en aumentar las formas de contratación precarias de los jóvenes, en agilizar y abaratar el despido, en romper con la estabilidad en el empleo y en institucionalizar la precariedad. Todas ellas forman parte de un compendio de políticas que son contradictorias con un diagnóstico riguroso y desinteresado de la situación, la cual apuntaría a medidas completamente opuestas.

Los diagnósticos y los discursos que respaldan estas medidas son claramente erráticos e interesados, y la gestión que se hace del problema no hace más que acrecentarlo. Un ejemplo claro lo encontramos en la utilización de conceptos nuevos que no dejan de repetirse en los principales foros de comunicación política. Emprendimiento, competitividad o compromisos de la deuda serían algunos de esos casos. Con su reiteración constante en medios de comunicación masivos se pretende, y desgraciadamente se consigue, quitar la responsabilidad institucional de no garantizar empleo suficiente y de calidad, y se traspasa la culpa al individuo generando conductas de competencia entre las trabajadoras y trabajadores. Mensajes que calan y se interiorizan socialmente del tipo “si no tienes trabajo es que no eres emprendedor”, “las condiciones de trabajo deben adaptarse a las necesidades de la empresa en este ambiente de competencia internacional, para que esta no cierre”, “en España se bajan sueldos porque nuestra productividad y nuestra competitividad están muy por debajo de otros países, como por ejemplo Alemania”, etc. Todas estas afirmaciones llevan implícitas ideas que legitiman la implementación de normas y regulaciones en pro de la flexibilidad y la degradación del empleo pero no son absolutos incuestionables, sino todo lo contrario, son argumentos rebatibles, traidores y falsos.

La compatibilidad entre la sociedad del consumismo y la austeridad obligada

El engranaje del poder, compuesto por mensajes que respaldan las medidas que nos abocan hacia la precariedad y el desmantelamiento de la protección social, choca de lleno con las estrategias que incitan a la población a elevar sus niveles de consumo.

Vivimos con una constante situación de doble filo que, por un lado, alienta las posibilidades de compra, y por otro, reduce las escasas garantías sociales que conservamos. Lo sorprendente es que en el caso de los jóvenes se han mantenido efectivas ambas situaciones, es decir, altos niveles de consumo (respecto a sus ingresos) y mínimos o nulos recursos que los financien. En la mayoría de los casos esto ha sido posible gracias al apoyo familiar. Dejando de lado los casos en los que se contaba con cierto colchón económico (fruto de haber tenido un trabajo decente en el pasado o de haber ahorrado flujos de ingresos con los que se contaban), el sostenimiento del consumo juvenil no se ha desplomado gracias al apoyo financiero del hogar y de sus miembros. Sin embargo, el mantener a largo plazo o de forma ilimitada esta situación se sabía insostenible. No se podía continuar con el discurso que promueven la publicidad y las estrategias empresariales en favor de la demanda creciente con unos ingresos que se desploman en la mayoría de las familias, más cuando se ha cerrado el grifo del crédito.

Cuando se produjo la evidencia, la estrategia cambió y, con ello, el mensaje a la ciudadanía. La táctica de las empresas españolas, pero también de las europeas, comenzó a residir en una orientación hacia el exterior, es decir, la colocación de sus productos fuera de las fronteras nacionales mediante la exportación. Las malas previsiones de demanda interna se consagraron como una realidad que cada vez afectaba a más territorios, los cuales se iban sumando a una práctica de la que no todos pueden beneficiarse. El motivo no es otro que la indispensable compensación entre las balanzas comerciales de los países, cuyo el resultado final termina verificando que se trata de un juego de suma cero, o lo que es lo mismo, que para que unos ganen otros necesariamente tienen que perder. A día de hoy, se mantiene la mirada hacia fuera con el objetivo de formar parte de aquellos que puedan lograr cierta recuperación de la actividad económica a través de la estrategia exportadora.

Respuestas de la juventud a los problemas que genera la precariedad

Existen soluciones muy diversas entre las que se encuentran aquellas con un horizonte a corto plazo y las que requieren de un tiempo mayor para poder desarrollarse. Asimismo, hay contestaciones que atienden a niveles de urgencia o gravedad muy distintos; o incluso, se pueden distinguir el tipo de respuesta según las personas u organizaciones que las lleven a cabo.

Entre todas podemos señalar algunas de ellas, como por ejemplo las que responden a situaciones límites, urgentes y que no permiten dilación en el tiempo, como suele ocurrir al no contar con ingresos para subsistir o cuando falta la posibilidad de acceso a una vivienda. Frente a estas situaciones se articulan algunas opciones como: los pisos compartidos de jóvenes, y no tan jóvenes, o parejas en una misma vivienda; la proliferación de cooperativas de producción y consumo que ofrecen empleos y propician otras formas de consumir; encuentros de mercado social; edificios ocupados por familias y que se organizan las tareas de cuidados a nivel comunidad, etc.

En otro sentido, con un horizonte temporal que responde a lo importante y no tanto a la premura de los ejemplos anteriores, observamos los fuertes saltos cuantitativos y cualitativos dados por la organización juvenil. Entre las metas, que son más ambiciosas y se proyectan en el tiempo, podemos destacar: el empoderamiento de este segmento poblacional, la denuncia de su situación y lograr un verdadero cambio que nos les deje al margen y excluidos de la sociedad.

Gracias a organizaciones como Juventud sin Futuro, Oficina Precaria, Marea Granate, Grupo de Acción Sindical y a otras muchas somos conscientes de un avance en la politización de la juventud, una mayor difusión e impacto de las acciones que se realizan y una apuesta clara por la identidad colectiva que es imprescindible para concentrar esfuerzos que propicien un cambio real.

Todavía estamos a tiempo.

No es tarde para cambiar las cosas pero los costes sociales que para la juventud han tenido y tendrán los últimos años no se podrán compensar, oportunidades que una parte de la sociedad ha perdido y no recuperarán.

En el pasado las personas que superaban la veintena, en general, accedían a un nivel económico que les garantizaba una vivienda y cierta estabilidad. Sin embargo, ahora ni siquiera superada la treintena se convierte en algo común, sino más bien la aspiración para algunos aventajados. Las oportunidades de acceso a la enseñanza universitaria y a otros títulos o ciclos de formación se han reducido; el coste se ha incrementado y, aquellos que no han podido permitírselo antes de las subidas, no parece que puedan hacerlo en el futuro. Los derechos y las condiciones que se han perdido en el camino hacia la degradación del trabajo costará décadas recuperarlos; las salvaguardias familiares se han reducido al máximo y han dejado a muchos hogares en una situación de pobreza y de exclusión de la que difícilmente saldrán, etc. Lograr el cambio permitiría modificar las expectativas y mejorar las opciones para los siguientes pero difícilmente solucionará el deterioro futuro de los daños causados en la juventud actual.

Podemos señalar algunos mecanismos que podrían contribuir en la construcción de una alternativa que modifique el escenario para las generaciones venideras:

  • Mecanismos de protección para las personas que se encuentran en un periodo de transición entre el paro y el empleo, o entre la formación y la inactividad parcial o completa.
  • Una regeneración de comportamientos colectivos, tales como la actividad militante o la politización de las generaciones más jóvenes, que sea capaz de cuestionar radicalmente las estructuras dominantes que guían el presente.
  • Reforzar el poder sindical en paralelo a una reformulación y una renovación de sus prácticas con una mirada hacia los segmentos más precarizados.
  • Transformaciones económicas apoyadas en un empleo decente y que se encaminen a la recuperación sobre la base de la estabilidad y la cohesión social.
  • Reconversiones en el tejido productivo que se encaminen hacia actividades que tengan una conexión directa con el bienestar de las personas, con el cuidado y no hacia criterios de rentabilidad y de interés privado.

En cualquier caso, las vías que se planteen requieren una masa social suficiente que las apoye, capaz de presionar a los órganos de poder y propiciar un cambio drástico en este oscuro panorama. La alianza entre organizaciones políticas críticas, agrupaciones sindicales y colectivos sociales es imprescindible, aunque no suficiente si no confluyen en ella una amplia mayoría ciudadana.

Descargar en pdf.

[1] Véase L. E. Alonso, « La producción política de la precariedad juvenil», Boletín ECOS nº27, 2014. Disponible en:http://www.fuhem.es/ecosocial/boletin-ecos/numero.aspx?n=27

[2] Not in employment, education or training cuya traducción significa que ni trabaja, ni estudia ni recibe formación.

[3] Ambas contaron con una cantidad muy reducida de recursos financieros por parte de las instituciones europeas si las comparamos con otras medidas que se han desarrollado en relación a la gestión de la crisis (como los rescates financieros).

[4] Véase Verdes-Montenegro, F. y Martínez, A, «La Unión Europea frente al problema del desempleo juvenil: las migas de un pastel que se comen otros», Boletín ECOS nº 27, 2014. Disponible en: http://www.fuhem.es/ecosocial/boletin-ecos/numero.aspx?n=27

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Lucía Vicent, FUHEM Ecosocial

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