jul 20, 2011
Las dos burbujas de la segunda economía del mundo.
Según David Harvey: “el capitalismo nunca resuelve sus crisis, sólo las mueve geográficamente”. Después de lograr un crecimiento del 10% en 2010, China aparenta estar aislada de las dislocaciones que se están produciendo a lo largo y ancho del globo. Sin embargo, la degradación de su estrategia de desarrollo está derivando en la progresiva formación de una burbuja inmobiliaria. Ésta no ha alcanzado la dimensión a la que llegó en economías como la estadounidense o la española, pero la potencial amenaza que supone ha puesto en guardia al Partido Comunista Chino (PCCh).
La propiedad de la tierra en el país asiático sigue siendo estatal, al menos nominalmente. A pesar de ello, la liberalización generalizada de la economía ha llevado a la ampliación de los derechos sobre su usufructo y, como ocurre cada vez que un mercado es creado, la obtención de derechos de compra-venta para algunos ha significado la pérdida de derechos sociales para otros. Así, las privatizaciones y despidos emprendidos desde 1997 supusieron la desaparición del danwei, sistema por el que los trabajadores urbanos quedaban vinculados a empresas estatales que, entre otras cosas, les facilitaban una vivienda en condiciones asequibles.
Desde entonces la extensión del mercado inmobiliario ha ido paralela, por un lado, al incremento del número de personas que han comenzado a necesitarlo para poder adquirir una casa, especialmente los millones de emigrantes rurales hacia los núcleos urbanos de desarrollo industrial. Por otro lado, ha derivado en una concentración progresiva de inmuebles en cada vez menos manos, dando lugar a prácticas especulativas. Para tratar de frenarlas el banco central ha respondido con subidas de tipos de interés.
Sin embargo, dada la reducida dependencia de las compras de vivienda respecto al crédito bancario, éstas han sido del todo insuficientes para atajar la especulación. De hecho, la caída de las exportaciones debida a la crisis ha llevado al capital chino a reorientarse hacia la compra-venta de inmuebles. Así, durante el último año ésta ha crecido nueve puntos más que el conjunto de la inversión. Además, el 40% de los más de 500.000 millones de euros del paquete de estímulo aprobado por el gobierno se ha canalizado hacia proyectos de infraestructuras.
Alrededor de ellos han surgido desarrollos urbanísticos (incluidas “ciudades fantasma”) desvinculados de las necesidades habitacionales de los chinos. De modo que, aunque no de manera uniforme en todo el país, los precios se han incrementado un 23% desde 2009, haciéndolo en algunas ciudades al 30% y al 50% sólo en 2010. En esta situación, desde el comienzo de 2011 el PCCh se ha visto obligado a ir más lejos con las medidas.
Por un lado, ha prohibido la detentación de más de dos inmuebles a las familias que disponen de ‘hukou’ (permiso de residencia urbano) y de más de uno a las que no. Asimismo, los ayuntamientos de Chongqing y Shanghai han implantado un, hasta ahora inexistente, impuesto sobre la propiedad. Más aún, el gobierno chino ha aprobado un Plan Quinquenal con el que, asegura, va a facilitar 10 millones de viviendas de protección oficial (en propiedad o alquiler) durante este año y otros 26 millones durante los próximos cuatro. No sólo eso, sino que además pretende financiarlo con la recaudación del 10% de los ingresos netos que los gobiernos locales reciben de la venta de tierras.
Más allá del contenido concreto que tome este programa, en conjunto son medidas que, ciertamente, los Gobiernos occidentales no se habían atrevido ni a plantearse. Sin embargo, existen al menos dos límites en ellas. El primero, que no reducen la dependencia de los gobiernos locales respecto de los citados ingresos, problema detrás del propio hinchado de la burbuja y de las corruptas expropiaciones de tierras a campesinos. El segundo, que tampoco resuelven los problemas de acceso a la vivienda de los inmigrantes urbanos, quienes para comprar el único apartamento al que tienen derecho deben demostrar haber pagado impuestos en la ciudad en la que viven durante cinco años, un requisito incongruente con la informalidad en la que la gran mayoría trabaja.
A pesar de ello, las políticas puestas en marcha deberían limitar, al menos relativamente, el crecimiento de los precios. No en vano, si, por el contrario, la burbuja inmobiliaria estallase, también lo podría hacer la otra burbuja en la que se encuentra China: la de su crecimiento en plena crisis mundial. No obstante, considerando el control sobre la economía que aún ejerce el Partido-Estado chino, no parece algo probable a corto plazo. Aunque esto no significa que éste no se vaya a tener que enfrentar a nuevas contradicciones en el futuro. No hay que olvidar que las crisis del capitalismo no sólo se mueven geográficamente, sino que también mutan de forma.
Sin perspectiva de revueltas:
Los medios occidentales no paran de especular sobre algún tipo de rebelión (a su gusto) en China. Así, amplifican la incidencia real que en ella tienen el encarcelamiento de activistas como el ahora premio nobel Liu Xiaobo, o las concentraciones convocadas a través de internet en Beijing o Shanghai. Es cierto que la acción del PCCh supedita las preocupaciones macroeconómicas a asegurar la estabilidad social suficiente que le permita mantener el poder. Sin embargo, mayores desafíos para ella suponen tanto la corrupción de los gobiernos locales, como la situación de los emigrantes rurales. Y, dada la práctica inexistencia en la que la represión mantiene a las organizaciones sociales, ni siquiera debido a aquéllas parece que se vaya a originar ningún levantamiento de relevancia próximamente.
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Artículo publicado originalmente en el número 147 del periódico Diagonal:
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